El reasentamiento
Por Joelle Bassoul, responsable de comunicación de emergencia de Oxfam, desde Amman (Jordania).
Padre e hijo. Foto: Oxfam.
El olor del café con aroma de cardamomo llena la habitación pequeña y húmeda en las afueras de Amman. Reema (no es su verdadero nombre, por motivos de seguridad los nombres de toda la familia están cambiados) coloca la bandeja en el suelo. ‘Ahlan wa sahlan!' (Bienvenido), dice con una sonrisa. La hospitalidad y la calidez son lo único que les queda a esta refugiada siria, a su marido Abed, y a sus cinco hijos. Todo lo demás se perdió: la casa de la que huyeron en 2013, el trabajo que él tuvo que dejar, los amigos y los vecinos que dejaron atrás, un país que veían desmoronarse.
Arrodillado en el suelo, delante de unos sofás gastados que se hunden en cuando intento sentarme en ellos, Abed habla en voz baja. "Nos sorprendió recibir la noticia. Están revisando nuestro expediente en la embajada de Estados Unidos. Podríamos ser reasentados”.
Junto a él, cuatro niños ríen y juegan. La única hija de la pareja está vestida de color rosa, con el pelo recogido en perfectas trenzas. Se prepara para ir a clase por la tarde en una escuela pública cercana. Su hermano, más joven y de ojos azules, juega con un teléfono móvil mientras canta viejas canciones de Siria. Pero son los otros tres hermanos los que más preocupados tienen a sus padres. Dos tienen visión reducida y otros problemas de salud; Reema acuna en sus brazos a Mohammad, de un año de edad, que tiene problemas cardíacos graves. Abed despliega el archivo médico ante su mujer. Páginas y páginas de pruebas, resultados, diagnósticos y un veredicto imposible: una cirugía a corazón abierto que cuesta 10.000 dinares jordanos, el equivalente a 14.000 dólares.
‘Nos dijeron que estaba muy enfermo cuando tenía tan solo dos meses. Desde entonces, hemos estado entrando y saliendo del hospital. Cuesta una fortuna, y la única solución es la cirugía. ¿Cómo voy a ser capaz de pagar esto? Nuestra única esperanza es llegar a los Estados Unidos’, dice Abed, que tendrá unos cuarenta años.
Mientras tanto, él trata, sin descanso, de mantener a su familia bajo techo, trabajando ilegalmente por la noche en una tienda de café y ganando 310 dólares al mes. La mitad de este dinero se va en el alquiler de esta habitación individual con una pequeña cocina, y un cuarto de baño sin ventanas lleno de cucarachas.
‘Espero que, si nos vamos a los EE.UU., consigamos una casa más agradable y limpia, donde los niños puedan tener más espacio,’ dice Reema. En el otoño de 2015, la familia tuvo dos citas con funcionarios de Estados Unidos en Amman, la segunda tan sólo unas semanas antes de que yo los visitara. ‘Me dijeron que nuestro expediente puede ser tratado por vía rápida debido a la situación de Mohammad. Si no era así, nos prometieron ir a otro país con un proceso más rápido’, dice Abed. Coge a su hijo de los brazos de su madre, se sienta junto a mí, y le quita varias capas de ropa. El bebé es pequeño para su edad. 'Tócalo', me dice. El corazón de Mohammad golpea con furia y de forma irregular contra la palma de mi mano cuando la pongo sobre su pecho.
‘Por la noche, cuando todo está en silencio y estamos dormidos, puedo escuchar los latidos de su corazón, como un reloj de pared’, dice Reema, con tristeza en sus ojos. “Seguro que todo se arregla pronto. Verás, cuando lleguen a los EE.UU., le darán los cuidados que necesita” contesto. Momentos antes, yo estaba buscando fotos en mi teléfono para mostrarle a mis hijos sanos. No sé qué más decirle.
Visité la familia un martes frío y soleado. El domingo, Mohammad murió. Durante esos días, habíamos intentado ponernos en contacto con las organizaciones médicas locales para ver si podían operarlo cuanto antes en Jordania. El lunes recibí una llamada de un compañero: "Joelle, Mohammad se ha ido '. Hice una pausa que pareció una eternidad. Ya nada importaba. Ni las citas en la embajada, ni los archivos médicos, ni las entrevistas para el reasentamiento. El mundo se detuvo al mismo tiempo que el corazón de Mohammad. Una batalla perdida que los dos podrían haber ganado.
Y aquí estamos, mirando cómo los países ricos debaten si los refugiados sirios deben ser aceptados o no, si representan una amenaza para la seguridad o están vinculados a grupos terroristas. En Oxfam, reclamamos el reasentamiento del 10% de los casi 5 millones de refugiados sirios registrados. Eso significa niños como Mohammad, cuya vida dependía de la atención médica, padres como Abed que trabajan de noche para proporcionar a sus familias un techo o madres como Reema que rezan todos los días para que sus hijos estén seguros y sanos. Para todos ellos, la elección es: volver a Siria y enfrentarse a la muerte, o seguir viviendo en la miseria de los países vecinos. ¿Cuántos niños más como Mohammad morirán a causa de muertes evitables si los Estados no abren sus puertas y extienden una mano compasiva?
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