Padres
Porque el placer de ver a los niños crecer, vestirse solos, tomar decisiones, es el dolor de entender que cada día nos necesitan menos
Como regalo del día del Padre, mi hija de 5 años se ha hecho adolescente.
Todo empezó cuando le escogí una chaqueta para salir. La saqué del armario al azar, con prisa, sin darle importancia al tema. Pero ella la recibió con asco, como si le hubiera arrojado una medusa:
-¡Papi, es marrón!
-Ya. Póntela que tenemos prisa.
-¡Pero no llevo nada marrón!
Y entonces la vi. Esa mirada que pensé que tardaría diez años más en llegar. La que dice "2000 millones de padres en el mundo y tenía que tocarme éste".
Asustado, traté de compenetrarme con mi hija, de hablar de temas cercanos, de ser un padre guay, y le dije:
-¡Qué bonito tu pantalón lila!
-Es granate -me corrigió. Y volvió a poner la mirada, esta vez en la variante "Dios ¿Por qué mi vida es un infierno?"
El tiro de gracia fue que me prohibió besarla frente a sus amigos del colegio. Al notar que me entristecía, ella prometió:
-Tranquilo. Si te portas bien, luego yo te doy un beso en casa.
Ser padre es un oficio infravalorado. Tenemos un día del que nadie se entera y que nunca cae en domingo. Ni siquiera es un día propio, como el de las madres, sino prestado de San José. Las protagónicas de historias épicas son "madres coraje". Nosotros salimos más en el papel de "padre ausente". No tenemos glamour.
Hasta nuestros lujos son melancólicos. Porque el placer de ver a los niños crecer, vestirse solos, tomar decisiones, es el dolor de entender que cada día nos necesitan menos.
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