Inusitada entrevista ‘bertinesca’
Cómo me gustaría ser entrevistado por Bertín Osborne, y sentado en su sofá, repantigado y mirándole a su cara meridional, inventarme pasajes de mi infancia
En realidad soy una persona aburrida, siempre lo he sido; mi vida no está precisamente trufada de anécdotas divertidas o interesantes. Pero, ¡cómo me gustaría ser entrevistado por Bertín Osborne, y sentado en su sofá, repantigado y mirándole a su cara meridional, inventarme pasajes de mi infancia! Que el intérprete de canción ligera, y ocasionalmente de rancheras, funcionara como un acicate de un Joaquín distinto, ficticio, pero más interesante. Por ejemplo, ante la obligada pregunta de “cómo era yo de niño” respondería: “Yo de pequeño era muy retraído, me gustaba estar solo, en mi mundo. Recuerdo que pasaba horas y horas en un armario empotrado. Mis padres se preguntaban qué hacía tanto tiempo ahí metido, se lo preguntaban pero también les venía bien porque así no daba guerra [ahí bromearía y él correspondería con su risa trotona]. Un día lo abrieron y lo que encontraron les dejó patidifusos: dentro había construido un teatro de autómatas”. Se quedaría ojiplático, como un conejo cuando le dan las largas, y dejaría escapar un “ojú”. Y luego preguntaría “¿Y cuántos años tenías?”. Y tiraría por lo bajo, claro “tendría unos 5 años”. Y otra vez un "ojú” y luego “qué arte”. Y así estaría yo un rato largo fabulando sin parar; para quedar bien en general, pero, sobre todo, para que Bertín no dejara de maravillarse en particular. Después, y ya para terminar, pasaríamos a la cocina para protagonizar divertidas escenas impostadas de torpeza masculina: “¿Cómo se pone un delantal?”. “Maldita cocina del demonio ¿tú sabes cómo se enciende la inducción?”. “¡Me cago en mis muelas! ¿Dónde estarán los cominos?”.
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