En saco roto
Mientras me acercaba iba pensando: “¿De qué estarán hablando? ¿De la crisis de los valores?”. Pues no, hablaban del programa 'Un príncipe para tres princesas'. Me disgusté
Si me dio por leer fue para poder participar en conversaciones elevadas y deslumbrar al personal; con ese propósito pasó por mis manos de todo. Tostones, en la mayoría de los casos, en los que se me obligaba a repasar una y otra vez párrafos llenos de frases subordinadas; quiero decir que le dediqué tiempo y ganas, que no fueron lecturas frugales. Abordé, además, con entusiasmo, géneros y temas muy variados: ensayos sobre las sociedades tradicionales, sobre literatura y disidencia en la antigua Unión Soviética, sobre vanguardias estéticas de principios del siglo XX (apremiándome a pronunciar bien la palabra “suprematismo”)… Novelas de formación, de autoficción, psicológicas, de elige tu propia aventura… Incluso leí poesía de la que no rima. En fin, que fui a tope. Pues bien, el otro día asistí a la presentación del último libro de un autor maduro. Le caneaba el pelo pero he de decir, para no faltar a la verdad, que aunque había nieve en el tejado la caldera todavía le funcionaba porque le revoloteaban muchachas en derredor. El caso es que, al terminar, se formó un corrillo donde el propio escritor departía febrilmente con otros intelectuales y allí que fui. Mientras me acercaba iba pensando: “¿De qué estarán hablando? ¿De la crisis de los valores en Occidente? ¿de la teoría del simulacro de Baudrillard? ¿De la muerte de la ironía?”. Pues no, de lo que estaban hablando era del programa Un príncipe para tres princesas. Me disgusté muchísimo porque: ¿quién me compensaba ahora por el tiempo perdido con tanta lectura? ¡Era indignante! Aun así participé de la tertulia, pero jodido.
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