Creé 'Física y Química', gané el Premio Primavera y se lo debo todo a esta mujer
Carlos Montero es hoy uno de los escritores y guionistas de mayor recorrido en España y prueba viviente de que todos necesitamos un héroe
Una historia de éxito nunca es la historia de una sola persona. Detrás de todo logro de alguien siempre otra persona que lo ha propiciado de forma directa o indirecta. Un padre, un tío, un amigo, un socio. Una fuente de inspiración, de motivación, de ideas. Un héroe anónimo. Los lectores que quieran contar la historia de los héroes personales que les han convertido en lo que son hoy, y agradecer su apoyo, pueden hacerlo en esta web creada especialmente para ellos por el patrocinador de esta sección, Loewe Perfumes: www.7loewe.com. Mientras, en las semanas previas al Día del Padre, contaremos en esta sección historias de este tipo de héroes en el caso de personas de éxitos conocidos
Lo bueno de ser guionista es que uno puede cambiar la realidad a su antojo. Incluida la suya propia. Así fue como Carlos Montero convirtió una adolescencia algo aburrida en una serie de máxima audiencia: Física o Química. La trama que le hubiera gustado vivir en Celanova, un pequeño pueblo de Orense donde este escritor de eterna sonrisa nació en 1972 y soñó con convertirse en lo que hoy es: un artesano de historias. Además de crear esta emblemática cabecera, Montero ha escrito para Al salir de clase, El comisario o la adaptación de El tiempo entre costuras. Es decir, este buen hombre es responsable de las risas y las lágrimas de millones de espectadores españoles. Aunque para giro el que dio su vida hace apenas unos días cuando se proclamó ganador del Premio Primavera de Novela con su segunda novela El desorden que dejas. Un thriller con tintes dramáticos que transcurre en una localidad muy parecida a Celanova, reconoce.
Su tía Amalia se negó a que su sobrino fuera menos que los chicos de Madrid o Barcelona y le regaló toda una biblioteca. El acceso libre a la cultura
Precisamente allí, en el origen de todo, es donde estaba la persona que lo empezó todo para Carlos. Su tía Amalia. De ella aprendió que no había por qué limitarse a vivir una vida solo. El mundo no acababa en aquel Ourense de los años ochenta. Ella le enseñó que había mil y una historias esperándole en los libros. Aquella maestra de escuela, hoy jubilada, se negó a que su sobrino fuera menos que los chicos de Madrid o Barcelona. Y combatió la geografía con fantasía. Le hizo, acaso, el mejor regalo que se le puede hacer a un crío: toda una biblioteca para su libre disfrute. El acceso a la cultura más allá de la orografía. Sin saberlo, Amalia había abierto la caja de Pandora. Porque aquel chiquillo de 12 años no se conformó solo con devorar a Henry Miller. Thomas Mann. O a Juan José Millás. Su tía le había inoculado, sin saberlo, el veneno de la creación.
Montero lo recuerda bien. “Yo estaba en 3º de BUP y en la tele echaban una serie que me tenía fascinado. Se llamaba Treinta y tantos y narraba la vida de un grupo de treintañeros; todos con profesiones liberales. Y yo me dije: ‘Yo quiero hacer eso; escribir sobre esto. Y sé que podría hacerlo’”. Aquel chaval se pasaba horas delante de la televisión. Tanto que tenía a su madre, Paz, atacada. “Me decía todo el rato que dejase de ver la tele, que de aquello no iba a sacar partido”, recuerda su hijo con una sonrisa algo ventajista. En los años de instituto preparó su huida a Madrid para convertirse en ese artesano de historias. De haberse quedado habría acabado heredando una cámara, sí, pero fotográfica. La de su padre Luis, fotógrafo profesional. Una confesión: si este hombretón de 43 años no se ha casado es por el espanto que le provocaban aquellas bodas veraniegas que fotografiaba como ayudante de su padre, otro de sus héroes. “Empezó completamente de cero y acabó dirigiendo su propio negocio. ¿Que cómo es mi padre? Pues es un hombre sensato, cabal. Serio. Será cosa de la edad, pero últimamente me veo cada vez más reflejado en él”.
Habla con voz de Peter Pan. Asegura que se está quitando de ese complejo. Aunque su casa no opina lo mismo. Hay muñecos en las estanterías e infinidad de películas amontonadas. Y el sofá, muy cerca de la televisión. Aquí vive un eterno adolescente. El mismo que se bajó en Atocha dispuesto a comerse el mundo fotograma a fotograma. En la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense conoció a otros cinéfagos. Entre ellos, un muchacho escuchimizado que escondía, sin embargo, el cuerpo de un Oscar. Montero se refiere a él, familiarmente, como Alejandro. Pero el mundo lo conoce como Alejandro Amenábar. Los dos fueron compañeros de estudios y también de piso. Pasaron 15 largos años juntos. O lo que es lo mismo: desde Tesis hasta Ágora. Y lo que sigue que lo cuente él: “Yo fui de los primeros en leer el guion de Tesis. Me lo pasó un día y lo devoré en el sofá de casa. Me pareció increíble. Pero es que Alejandro es un genio”. ¿Envidia? “Mucha. Le admiro muchísimo. Me encantaría dirigir un largo. Tener su misma pasión y esa devoción absoluta que tiene él. Siempre trato de aplicarlo a mi trabajo”.
Miles de héroes, un mismo sentimiento
Esta historia está patrocinada por Loewe Perfumes, que está fomentando la divulgación de relatos en los que alguien agradece la influencia de un héroe anónimo en su vida: un padre, una madre, un profesor... En las semanas previas al Día del Padre (y aprovechando el lanzamiento de su nueva fragancia, 7 Anónimo), héroe por antonomasia de muchos hombres, se hace posible puede agradecer de forma pública a tu propio héroe en la web www.7loewe.com
Montero no ha rodado Mar adentro, pero tampoco le ha ido mal. Con 26 años, y por mediación de su amigo Alejandro, estaba desenredando ya los hilos de la madeja de Al salir de clase. Y poco después pegando tiros en El comisario. Pero habíamos dicho que este guionista tenía una deuda pendiente consigo mismo. Y ésta se la cobró con 32. Aquel chico de provincias, tímido y cobardica, se iba a convertir en Julio. El protagonista de Física o Química con el que más se identifica. El que le hubiera gustado ser. “Era la serie que yo soñaba con escribir. Venía de una, Génesis, con la que nos fue mal. Y en Boomerang, la productora donde estaba, me pidieron alguna otra idea y a mí se me ocurrió la historia de un grupo de profesores que, sin experiencia y casi sin estar ellos formados, tienen que formar a un grupo de alumnos”.
De pequeño, veía la tele y me decía: ‘Yo quiero hacer eso; escribir sobre esto. Y sé que podría hacerlo
Y voilà. Bombazo. Tres millones de espectadores de media en sus primeras tres temporadas, donde Montero participó. Una vorágine de fans. Y muchas, muchas –pero muchas– críticas. Hasta del Defensor del Menor. “Yo no esperaba que la serie fuera a calar tanto. Lo que sí quería era hablarles a los adolescentes de tú a tú y sin tapujos. Pero sí que es verdad que muchas veces me hice esa pregunta. La de hasta qué punto lo que escribes influencia a esos chavales que se están formando. Y la respuesta es que nosotros, como guionistas, éramos responsables de algunas cosas y de otras, no. Nosotros, en el fondo, no éramos más que hora y media en la vida de unos chavales que tenían unos padres y unos profesores. No estábamos ahí para educar”, teoriza su creador que analizó este mismo tema en su primera novela Los tatuajes no se borran con láser. “Lo que sí me da rabia es que la televisión vaya por detrás de la sociedad. Que haya una moral avanzada, se supone, y sigamos perpetuando ciertos roles. Escribir es ir abriendo ventanas”.
Yo fui de los primeros en leer el guion de 'Tesis'. [Alejandro Amenábar, su compañero de piso en los noventa] me lo pasó un día y lo devoré en el sofá de casa. Me pareció increíble. Pero es que él es un genio
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