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Porque lo digo yo
Columna
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Discursos de Oscar

Lo han intentado todo. Bellas azafatas que empujan suavemente a los premiados, orquesta que arranca a tocar enérgicamente, eliminación de categorías poco glamurosas...

Michael Caine, en la entrega de los Oscar 2000.
Michael Caine, en la entrega de los Oscar 2000.Cordon press

Quienes organizan ceremonias saben que no hay nada peor para el ritmo que un premiado, tras un “seré breve”, saque del bolsillo varios folios cuidadosamente doblados. ¡Horror! En el patio de butacas empiezan a crecer las barbas como si hubiera una epidemia hipster y la escaleta y los tiempos, a la mierrrda, como bien diría nuestro añorado Fernán Gómez.

En los Oscar lo han intentado todo. Bellas azafatas que empujan suavemente a los premiados, orquesta que arranca a tocar enérgicamente, eliminación de categorías poco glamurosas y se dice, se habla, se comenta que te pueden dejar con la palabra en la boca. Si el discurso es inteligente, 45 segundos nos saben a poco, pero cuando se trata de listas interminables de personas obvias, el tiempo es oro. Como inspiración, propondría a la Academia que pasara en bucle a los premiables un discurso de agradecimiento modélico. Este:

26 de marzo del año 2000. Michael Caine gana su segundo Oscar como actor de reparto por Las reglas de la casa de la sidra. Agradece brevemente a la Academia, compañeros y familia. Y donde entra el genio es cuando dedica unas palabras a cada uno de sus “rivales”.

Jude Law va a ser una estrella, pase lo que pase. Califica de “asombrosos” al desconocido Michael Clarke Duncan, de La milla verde y a Haley Joel Osment, el niño de El sexto sentido. Y finalmente, el premio gordo: Tom Cruise, un peso pesado, sorprendentemente, en el saco de los candidatos a mejor actor de reparto. Caine lo consuela por no haberse llevado el premio. “¿Tienes alguna idea de lo que gana un actor en esta categoría?”

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