Manual del transgresor
La historia avanza a base de desechar, innovar, subvertir y transgredir. Pero el primer imperativo del transgresor es ser hábil, sugerente, atractivo
Rita Maestre, Javier Barbero, Dolors Miquel. Son distintos los episodios de la portavoz del Ayuntamiento madrileño (juzgada ayer por desnudarse años ha en una capilla universitaria), de su colega de Seguridad (escrachado por guardias municipales) y de la poeta Dolors Miquel, que recitó un padrenuestro “blasfemo” en el Ayuntamiento de Barcelona.
Tres casos distintos, pero enhebrados por un hilo conductor que nos convoca a un ejercicio de buen sentido. Y a rehacer el manual del buen transgresor.
Lo más urgente es distinguir las protestas pacíficas de las violentas. Aquellas deben ser protegidas, por tolerables: tolerancia significa aceptar lo que nos disgusta e incluso ofende, pues el resto no es su objeto, sino materia de regocijo. Entre la manifestación acogida a la libertad de expresión y la violencia sin adjetivos a veces hay una zona gris: la amenaza agresiva, acosante, intimidatoria. También es violencia, aunque sea menos estentórea y dañina. Por eso hay que erradicar la moda del escrache.
También urge usar la sensatez antes que el Código Penal. Solucionar por las buenas es siempre mejor que por las malas.
Un nuevo manual del transgresor debe recuperar el criterio de reversibilidad: no hacer a los otros —ni a su patrimonio material y moral— lo que rechazas para ti.
Debe reconsagrar el principio de proporcionalidad, que aconseja no matar moscas a cañonazos. Algo útil tanto para agitadores —si quieren cargarse de razones— como para provocados.
Debe preferir el ingenio, o sea, la ironía y el sarcasmo, a la zafiedad y a la vulgaridad.
Deben inspirarse en fundamentos sólidos y defender causas potentes, no banales. Los revolucionarios Miguel Servet y Galileo desafiaron al poder inquisitorial proclamando la autonomía de la ciencia respecto de la religión, la separación entre razón y fe, esa herejía: con razones más que con griterío.
Y deben exhibir —si pueden— talento. Marcel Duchamp colocó en 1917 un retrete en una exposición de pintura: por demostrar que el ámbito del arte es ilimitado y nada ajeno a los objetos cotidianos. Así que la historia avanza a base de desechar, innovar, subvertir y transgredir. Pero el primer imperativo del transgresor es ser hábil, sugerente, atractivo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.