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Tentaciones
LO QUE HAY QUE VER

El Jägermeister es el nuevo 'rouge'

¿Cuánta de la popularidad súbita de este licor tiene que ver con el nuevo mapa económico?

Instagram Jägermeister

Las crisis económicas se reflejan en cosas muy raras. Sube, por ejemplo, el gasto en algo tan “superfluo” como las mascotas: y es que a falta de críos, buenos son los animales de compañía. Es popular, aunque polémica, la correlación entre la crisis económica y la venta de pintalabios rojos: se llegó a hablar del lipstick index después de que las ventas subieran en la Gran Depresión o tras el 11S. En los últimos años, se han multiplicado en España las operaciones de cirugía estética y los centros de belleza y peluquerías: como con el rojo de labios, parecemos buscar desesperadamente vernos bien, al menos por fuera, como evitando que trasluzca la desesperanza. En el mercado de bebidas alcohólicas, la crisis económica tiene un claro vencedor: el Jägermeister, que ha encontrado en nuestro país un insospechado filón.

¿Quién se acuerda del tequila?

Hace unos años, era el tequila quien reinaba en las noches, las canciones de verano y  las series de televisión (quién no teme la imagen de Meredith Gray y Cristina Yang, botella de tequila en mano). Sin embargo, ahora no hay quien lo vea en las barras. Quizá tenga que ver con su elaborada ritualización (elaborada para lo que viene siendo el momento de consumo, entiéndanme). En el caso de Jägermeister, parte de su éxito está clara: no tiene equivalente de garrafón, así que al pedirlo no tenemos que echarnos a temblar como al ver esas botellas de tequila blanco, alcohol de quemar o algún punto intermedio entre ambos que nos han servido en tantos bares de la capital. Nos hemos vuelto mucho más lanzados: como con el sabor fuerte del tequila, no todo el mundo aprecia de primeras el sabor dulzón y aromático del Jägermeister. Al pedirlo, dejamos de ser los sibaritas que se han estudiado a fondo el panorama de cervezas artesanas o cafés de lujo para entregarnos a un shot directo y cuanto más frío mejor.

El “derecho al olvido”

Y quizás sea precisamente en la locura transitoria a la que apelan algunos de sus asiduos (llamémoslo esa repentina "amnesia" de los pecadillos de la noche anterior) donde radique la otra fuente de su éxito. Treintañeros con sueldos de veinteañeros y horario de directores generales nos echamos a los bares donde ya no esperamos siquiera conocer a alguien (gracias por nada, Tinder). Si este no es el momento social perfecto para un licor que desinhibe y permite exprimir la noche al máximo, entonces es que no lo hay.

Hace cien años era la absenta el licor de las clases medias, el rito de los artistas, el olvido autoinducido de los paseantes parisinos. Ahora, las nuevas muchedumbres desencantadas han cambiado al hada verde por el ciervo; la velocidad de los tiempos obliga incluso a encomendarse al ciervo volador (Jägermeister con Red Bull). En las ciudades españolas no caminamos, corremos, pero seguimos tan confusos, tan empobrecidos y con tanto que olvidar como los bebedores de absenta que inmortalizaron los impresionistas.

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