Un día sin móvil
Al contrario de lo que la gente lista y sensible piensa, sostengo que quedarse sin este aparato empeora la existencia una barbaridad
Mientras escribo esto se cumple un día desde que mi móvil decidió suicidarse. Al contrario de lo que la gente lista y sensible piensa, sostengo que quedarse sin este aparato empeora la existencia una barbaridad. Y no es que le tenga un especial apego al trasto en cuestión, ni que me maneje demasiado bien con él. Sin ir más lejos, días atrás borré la aplicación de La Caixa para poder meter el último disco de Primal Scream. Ayer, al pedir hora en la clínica Apple, tuve que solicitar que me reenviaran el passwordde la compañía, pues lo uso tan poco que se me había olvidado. No aspiro a tener lo más nuevo, ni siquiera siento que merezca lo más lujoso, pero eso no quita que mi vida sea mejor cuando tengo móvil. Es solo entonces cuando puedo decidir no responder ese whatsapp o negarme a actualizar el sistema operativo, que es el no hacerse la cama del siglo XXI.
Jamás he jugado a Candy Crush ni a Angry Birds. Me abrí un Instagram y es tan malo que solo me sigue gente que ofrece conseguirte más seguidores en Instagram. No cuento esto para hacerme el auténtico, pues sé que jamás alcanzaré el estatus que ostentan quienes se van de vacaciones a un lugar sin cobertura para poder desconectar. Jamás seré tan listo como esos que aún no han descubierto que el móvil tiene un botón de apagado. Al contrario de Marinetti, quien en el Manifiesto Futurista afirmaba que era más bello un bólido rugiente que la Victoria de Samotracia, las únicas pegas que le encuentro al progreso son estéticas, jamás éticas. Así, solo espero que todavía queden existencias del penúltimo modelo.
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