“Cuando me da un ataque de pánico, mi cuerpo baila por mí”
Israel Galván, el bailarín sevillano, ha cruzado la barrera de los 40 decidido a compartir el escenario. Acaba de recibir la medalla de las Artes y las Letras de Francia
Como si volviera a interpretar a Gregor Samsa, a quien encarnó en su versión de La Metamorfosis, Israel Galván (Sevilla, 1973) se ha transformado. El artista que tuvo los redaños para hacer un solo de 40 minutos sin música en Tábula rasa busca ahora compañía en el escenario. Reflexivo, sincero, incansable y sin miedo, el bailaor-bailarín y coreógrafo está cosechando todo cuanto ha sembrado en un campo, el del flamenco, en el que los extraños frutos lo tienen muy difícil. Con una larga lista de premios —entre ellos el Nacional de Danza, seis Max y el Gran Prix de Danse francés— el pasado 15 de enero recogió la medalla de las Artes y las Letras que concede el Ministerio de Cultura de Francia.
Pregunta. Su primer espectáculo, ¡Mira! / Los zapatos rojos (1998) levantó pasiones, pero también desató insultos entre los críticos y aficionados más ortodoxos. ¿Le compensan los éxitos y los premios esos duros comienzos?
Respuesta. A mí nunca me ha importado mucho lo que me diga la gente. Mis padres sí tenían miedo por mí, por si me desmoralizaba, pero siempre es bueno que se hable de una obra, aunque sean críticas malas.
P. Usted es hijo de bailaores, Eugenia de los Reyes y José Galván, pero siempre cuenta que no quería dedicarse a esto y fue su padre quien lo obligó...
R. Sí. Recuerdo que yo no quería bailar, pero también recuerdo que cuando lo hacía sentía algo bonito. Después, cuando era un adolescente, en lugar de pegarle una patada a la puerta me encerraba en mi cuarto a bailar. Yo tenía una sensibilidad artística y el flamenco fue la vía más cercana que encontré para expresarme.
P. Siempre le ha tenido miedo al público, pero en sus últimos espectáculos ha cambiado. ¿Se ha decidido a derribar esa cuarta pared?
R. Me gustaría bailar sin que me viera nadie. Cuando realmente disfruto es en los ensayos, cuando estoy solo y no paro desde las once de la mañana hasta las ocho de la tarde. Aunque ya he superado la época en la que, como Luis Miguel Dominguín, pensaba: "El público es la muerte". Me sigue dando terror el escenario, pero con los años me he profesionalizado. Cuando me da un ataque de pánico es mi cuerpo el que toma las riendas y baila por mí.
P. ¿Es su encuentro con el bailarín Akram Khan en Torobaka [estrenado en 2014 y con el que aún está de gira] lo que le ha hecho cambiar y plantearse un espectáculo con otros bailaores?
R. Trabajar con él ha sido muy fácil. Ambos llevamos una vida alejada de los demás, muy sacrificada. Nos pasamos el día pensando en la danza, en el ritmo, en la música. Yo siempre he bailado solo, pero ahora ha llegado el momento de compartir. Estoy pensando en un montaje con siete personas, en el que bailaores, músicos e, incluso, el público, se podrán intercambiar los papeles. Se trata de romper las fronteras.
P. Como coreógrafo solo ha firmado dos obras, para su hermana Pastora Galván, ¿le han pedido otros artistas que cree para ellos?
R. Sí, me lo pidió José Carlos Martínez para la Compañía Nacional de Danza, pero no he tenido tiempo. Ahora, por fin, estoy trabajando en una coreografía para Isabel Bayón, Alicia Márquez y Nieves Casablanca que se estrenará este año en la Bienal de Flamenco de Sevilla. Se llamará Dju-dju y es de susto.
P. ¿Cómo se siente cuando le comparan con Vicente Escudero, el gran renovador del baile flamenco del siglo XX, o le dicen que es usted el genio de la danza del XXI?
R. Yo nunca me he planteado una meta. Al final, me he profesionalizado sin quererlo, no he buscado nada. La verdad es que después de tantos premios veo que sí, que a la gente le gusta lo que hago, aunque a veces sea difícil de digerir. La responsabilidad que siento cada vez que salgo al escenario me da un poco de vértigo.
P. ¿Eso quiere decir que dejará de hacer locuras?
R. No, el espíritu del flamenco es libre. No te puedes relajar nunca, porque es improvisación, una búsqueda continúa y por eso, normalmente, vuelvo loco a todo el mundo. Suelo cambiar cosas en el último minuto y los músicos, a veces, se plantan. Pero, al final, conseguimos sacar bien las cosas.
P. Entonces, ¿locuras controladas?
R.. Supongo. Mi cabeza es como una caja de fuegos artificiales, tengo demasiadas ideas y cargar con muchas ideas es muy molesto. Estoy aprendiendo a depurar, a limpiar. Para mí esta es una época de aprender a limpiar, de quitarme los adornos.
P. Después de 13 espectáculos, su trabajo sigue siendo inclasificable...
R. Yo lo llamo flamenco en libertad.
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