Rosmery: la fuerza de las mujeres mayas
Aún queda mucho por hacer por las niñas en Guatemala. En los últimos cuatro años se han registrado 80.000 matrimonios de menores de edad
San Gabriel, en la municipalidad de San Miguel Chicaj, es una aldea de unos mil habitantes, mayoritariamente indígenas, a la que se llega por una carretera que serpentea por las verdes montañas de esta zona de la Baja Verapaz. Por el camino, llaman mi atención los reflejos azules, rojos, amarillos y verdes de lo que resulta ser un cementerio maya, lleno de colores que identifican el sexo y la edad de los muertos. En la plaza de San Gabriel, presidida por una blanca iglesia y un pequeño parque, tres hombres con sombreo vaquero se afanan en arreglar una fuente. Por sus calles se ven niñas que cargan cestas en la cabeza, se oyen los susurros en achí a nuestro paso y el aire trae el olor de las tortillas de maíz.
En una casa con un largo porche de paredes naranjas en las que cuelgan fotografías de bodas, graduaciones y festejos familiares vive Rosmery. Tiene apenas 19 años, pero ya ha demostrado en varias ocasiones una valentía y una fuerza que no suelen manifestar las chicas de su edad. Como otras mujeres mayas de esta región central de Guatemala, viste un bonito y colorido huipil. “Lo tejió mi madre durante meses y me lo regaló por mi graduación”, cuenta orgullosa de la prenda bordada que muestra la tradición indígena achí.
Pero no siempre fue así. Rosmery cuenta cómo, debido a la discriminación que sufre la población indígena —el 41% de la población de Guatemala—, sus padres decidieron que no enseñarían a su hija pequeña a hablar achí y que no la vestirían con el traje típico. Borrarían sus señas de identidad para darle una vida más fácil.
Fue ella misma quien, reivindicando su cultura, decidió emprender un camino diferente del de la mayoría y volver a sus orígenes. “Quería saber qué decían los niños que hablaban achí en la escuela y llevar la misma ropa que otras niñas y que mis hermanas mayores. Para mí es un orgullo”, cuenta. Aprendió a hablar en la lengua de sus antepasados y comenzó a usar las prendas que su madre y hermanas tejen en sus telares de cintura, entrelazando hilos que dibujan montañas, ríos, valles, lagos o volcanes y que condensan la cosmología maya, la forma de entender el mundo de este pueblo.
A diferencia de otras niñas de Guatemala, sus padres siempre han apoyado su educación. Durante sus años de educación primaria y secundaria en la escuela de San Gabriel, además de sacar buenas notas, se implicó en la gestión y organización de su comunidad, participando en el Consejo Comunitario de Desarrollo Infantil y Juvenil (COCODITO) y en los talleres de capacitación en derechos de la infancia que Plan International lleva a cabo en San Gabriel. “La gente mayor nos decía que no podíamos participar, que las niñas no debíamos asistir a las reuniones de los comités, que no sabíamos nada. Nosotras les convencimos y comenzamos dar nuestras opiniones en las reuniones. Además, en los talleres de Plan International aprendimos que las niñas también tenemos derechos y que debemos hacerlos valer”, explica.
Como estudiante indígena, ha tenido que enfrentarse a la discriminación, incluso dentro de su familia
Como estudiante indígena, ha tenido que enfrentarse a la discriminación, incluso dentro de su familia. Sus padres, tejedora y guardia de seguridad, apostaron por su educación e invirtieron gran parte de sus recursos en apoyar el desarrollo de su hija. Al acabar la educación secundaria, donde la mayoría de sus compañeras de escuela ya habían abandonado los estudios, Rosmery decidió continuar formándose y estudiar secretariado bilingüe, aunque para ello tuvo que trabajar limpiando una iglesia. Su decisión la obligó a dejar su aldea para vivir lejos de su familia en Salamá, la capital del departamento, y motivó las críticas de sus tíos y primas, que consideraban que, por ser niña, no necesitaba seguir estudiando.
El apoyo de sus padres la acompañó en su decisión, pero las barreras para una niña indígena en Guatemala son numerosas. Muchas no saben español y no pueden seguir las clases en la primaria, pero además, los indígenas tienen vedado el ingreso a ciertas instituciones educativas privadas del país. La directora del centro de Salamá donde Rosmery quería estudiar le comunicó que no podría asistir a las clases vestida con huipil y corte. Liberada de la resignación atávica de cientos de antepasados sometidos, Rosmery alzó la voz para defender sus derechos.
“Me dijo que no podría asistir a las clases vestida así, pero yo le insistí en que no cambiaría mi forma de vestir para poder estudiar. Le expliqué que todos tenemos los mismos derechos, sin importar la etnia, el vestido o la clase social. Al final conseguí convencerla y estudié los dos años de secretariado con mi huipil. Me dijo que era una chica muy lista”, reconoce orgullosa.
Pregunté a Rosmery que cuál había sido el momento más duro en su lucha por un futuro mejor. Me sorprendieron las lágrimas de rabia que encendieron su rostro al comenzar el relato de un día que no olvida. “Cuando comencé el colegio, padres, madres y estudiantes asistimos a una reunión. Mi madre hizo el esfuerzo de asistir. Yo vi que en el banco en el que ella estaba sentada no se sentaba nadie, que los padres iban llegando y que hablaban entre ellos pero que mi madre estaba sola y nadie le hablaba. Ella vestía con huipil y corte y todos los demás iban con traje, elegantes. Por ser mujer indígena la consideraban inferior. Ese día sentí rabia y entendí que nunca debería dejar que nadie me hiciera sentir menos por mi vestido, mi etnia o el color de mi piel”, asegura.
Rosmery forma parte, junto a otras 200 niñas, de la red de voceras de la campaña Por Ser Niña de Plan International. Niñas mestizas e indígenas que luchan por sus derechos y los de otras niñas y alzan la voz por las que no pueden hacerlo. Han recibido formación en derechos de la infancia, autoestima, derechos sexuales y reproductivos, participación y prevención de la violencia y comparten sus conocimientos en sus comunidades.
Niñas mestizas e indígenas luchan por sus derechos. Han recibido formación en autoestima, salud sexual y reproductiva, participación y prevención de la violencia
Como parte de este proyecto, Rosmery tuvo la oportunidad de participar, junto con otras representantes, en el Encuentro Continental de Mujeres Indígenas de las Américas en Ciudad de Guatemala. “Fue una gran oportunidad, conocí mujeres de otros países que están rompiendo barreras y abriendo camino y compartimos experiencias. Nos dejan a un lado por ser mujeres, nos hacen sentir vulnerables, aunque no lo somos”.
Aún queda mucho por hacer por las niñas y las mujeres en Guatemala. “Vamos lento pero vamos seguras”, dice Rosmery, convencida de que las cosas cambiarán y en 20 años en el país centroamericano “ninguna niña será obligada a casarse, se acabarán los embarazos adolescentes y habrá más y mejores proyectos para que las mujeres puedan realizarse como personas”.
En los últimos cuatro años se han registrado 80.000 matrimonios de niñas menores de edad en el país. Rosmery y otras niñas voceras han participado en las recogidas de firmas contra el matrimonio infantil que Plan International ha llevado a cabo en las comunidades y que han impulsado la aprobación del decreto 08-2015, que ha elevado la edad legal de matrimonio a los 18 años para niños y niñas y que posibilitará el fin de los matrimonios infantiles.
El matrimonio tampoco entra en los planes de Rosmery por el momento. “Tengo mejores cosas que conseguir antes”, afirma. Conoce de cerca casos de amigas casadas y embarazadas que no han podido completar su educación y ahora no tienen perspectivas de futuro. “Este país está lleno de niñas cuidando de niñas, ¿dónde vamos así? Una niña de 14 años no está preparada para cuidar y criar a otros niños, ¿qué futuro le espera a ese bebé? Es el cuento de nunca acabar, historias que se repiten. Hay que garantizar los derechos de las niñas para construir un país mejor”, sentencia bajo la atenta mirada de su madre y hermanas, que no pueden evitar una sonrisa de orgullo por esta joven que abre camino.
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