Londres, día 4: Sobrevivir a Bowie
La moda abraza el legado del fallecido cantante y, por una vez, no se trata de oportunismo. Así se cierra la Semana de la Moda Masculina de la capital inglesa
El mundo se despertó el lunes con la noticia de la muerte de David Bowie y las noticias del día quedaron sepultadas bajo una riada de imágenes del cantante en todas sus épocas: con un mono de campana y plataformas a principios de los setenta, vestido de aristócrata decadente unos años después, o bronceado y rubio en la época de China girl. El momento, sin ánimo de resultar tétrico, no podía ser mejor. Las colecciones masculinas de los últimos tiempos están perfectamente alineadas con el gusto omnívoro y pansexual de Bowie.
No habría sido justo ni posible escapar al duelo, así que el diseñador Christopher Bailey recibió con una sentida selección de temas de Bowie a sus invitados al desfile de Burberry, que suele ser el último y más importante de cada fin de semana de colecciones. Fue una demostración de fuerza: en una enorme carpa instalada en Kensington Park, encortinada y sumida en la penumbra, los modelos caminaban un caprichoso recorrido entre los asientos y alrededor de un piano donde actuaba en directo Benjamin Clementine. Un espectáculo íntimo, grandioso y puntualmente retransmitido en streaming a través de Apple TV.
Habría quedado perfecto en un musical de Baz Luhrmann si no fuera porque la ropa no era kitsch, sino una brillante mezcla de la herencia de la casa con todo lo que tiene que haber en una tienda el próximo otoño. De lo más comercial a lo más extremado: abrigos oversize y bolsos al hombro (algunos de los cuales se pueden comprar desde ya), chaquetas deportivas de corte retro, lo justo de ambigüedad glamurosa (lentejuelas, peletería) y una firme reivindicación del cuadro Burberry (en bufandas, un bolso o el forro de una trenca de doble faz). Lo de Bowie fue una coincidencia, pero pocas cosas ocurren por azar en una firma donde Bailey, consejero delegado y director creativo, ha instalado su propia melomanía, virtuosismo digital y refinado sentido estético.
Inglaterra is different
Londres, como explica muy bien el documento que facilita la organización de London Collections: Men puede considerarse el alfa y el omega de lo que hoy tenemos por moda masculina. En un breve eje cronológico se explica que la cápital británica, desde el siglo XVII, ha inventado todo lo que importa: el traje de tres piezas, el esmoquin, el punk, la camisa de flores. Es decir, que está todo inventado y que el papel de la moda británica, en parte, es el de administrar sabiamente su rica herencia. Eso es lo que descubrió Burberry hace 15 años con excelente resultado, lo que llevan intentando las sastrerías de Savile Row desde hace menos y con desigual fortuna, y lo que Dunhill, una de las más prestigiosas firmas de lujo de Londres, ha intentado varias veces sin conseguirlo.
Hasta que el escocés John Ray cogió las riendas y descubrió que, después de tantos años de herencias revisitadas y elegancias reformuladas (tweed con vaqueros, etcétera), la mejor forma de evolucionar es no cambiar casi nada. En el Saville Club de Mayfair, grupos de modelos con pómulos altísimos se organizaban en cuadros vivientes según el tipo de ropa: de esmoquin, para conducir, para un fin de semana en el campo. No son las categorías más modernas del mundo, pero esa no es la baza de Dunhill. Está a años luz de ser la superpotencia en la que se ha convertido Burberry. De momento, la sutileza de cortes y colorido y la elegancia sin cursilería de sus colecciones deberían ser suficientes para devolverle su sitio en el calendario inglés. En el caso de que se lo estuviera preguntando: sí, el Duque Blanco se lo querría poner todo.
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