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Deliberadas o solamente torpes, las maniobras de Alberto Garzón y Artur Mas les han convertido en caballos de Atila bajo cuyas pezuñas no volverá a crecer la hierba
El nacimiento de 2016 coincide con un panorama inédito de posibilidades e incertidumbres, tan complejo que todas las posibilidades son inciertas y todas las incertidumbres posibles. Si tuviera que apostar, jugaría a la carta de unas nuevas elecciones, pero esa hipótesis, aun siendo inaudita, no me parece tan novedosa como la despiadada relación que algunos líderes políticos han establecido con sus partidos, anteponiendo su futuro personal no ya a las expectativas de un triunfo venidero, sino a la misma supervivencia de sus siglas. Deliberadas o solamente torpes, las maniobras de Alberto Garzón y Artur Mas les han convertido en caballos de Atila bajo cuyas pezuñas no volverá a crecer la hierba. Pero nada es comparable a la ordalía desatada en el PSOE contra Pedro Sánchez, al que sus compañeros están despedazando por no haberse hundido, por haber mantenido la segunda posición en lugar de pegarse el batacazo que auguraban las encuestas. Más allá de la vergonzosa aplicación de la ley del embudo por parte de los socialistas que gobiernan gracias a Podemos, merece atención la capacidad estratégica de Susana Díaz. Si esos señores, tan bajitos como desleales, que salen a todas horas por televisión no son amnésicos, recordarán el balance de las últimas elecciones andaluzas, que Díaz anticipó clamando por una mayoría absoluta, y de las que salió con menos escaños que los que tenía antes. Sólo cabe concluir, por tanto, que los barones del PSOE están dispuestos a cargarse a Sánchez a cualquier precio, incluida la definitiva debacle del partido al que menos le convienen otras elecciones, porque buena parte de su electorado no le perdonará que ni siquiera haya intentado gobernar. Se la tendrán muy bien empleada.
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