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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mou, Abramóvich y ‘La amenaza fantasma’

Imaginen un futuro inmediato con Putin en el Kremlin, Trump en la Casa Blanca, Mourinho en la otra casa blanca y Montoro otros cuatro años más en Hacienda

Jesús Mota
José Mourinho en Stamford Bridge; el portugués deja el Chelsea de Abramovich
José Mourinho en Stamford Bridge; el portugués deja el Chelsea de AbramovichStefan Wermuth (Reuters / Stefan Wermuth / Cordon Press)

Grandes señales había en los cielos profetizando graves convulsiones mundiales en 2015. El fatum se ha cumplido: el petróleo se hunde, la Reserva Federal sube los tipos de interés y José Mourinho abandona el Chelsea, de mutuo acuerdo, dicen, pero después de haber consumido las reservas de paciencia de la afición, de sus propios jugadores y del propietario Abramóvich. Mourinho agosta cualquier brote de fraternidad, alegría o entendimiento inteligente en un radio aproximado de 10 kilómetros a la redonda de su persona. Exuda discordia de la misma forma que Rajoy genera estupor y Solbes anestesia el entorno con los efluvios de un poderoso somnífero. La capacidad disolvente de Mou destruye la convivencia en beneficio de la confrontación insensata, porque sí. Por eso su espejo es Perfectus Detritus, el personaje central (roba todas las viñetas del episodio La Cizaña de Asterix). A partir de los midiclorianos (gracias, delirios de La amenaza fantasma) de Mou el Pentágono podría fabricar el gas nervioso definitivo, capaz de sembrar el caos en las filas enemigas.

Pero ya está bien de mirar a Mou. No puede negar su personalidad, igual que Del Bosque no podría insultar a su peor enemigo ni harto de beleño negro. Es hora de prestar atención a otros personajes, tan extravagantes como el propio Jose (sin acento, por favor, como Aznar). Ahí tenemos el caso de Roman Abramóvich, multimillonario ruso construido con privatizaciones de patrimonios públicos de la URSS, experto en tropezar dos veces en la misma piedra. Despidió a Mou en 2008, pero lo volvió a contratar a pesar de que conocía su carácter y sus poderes disolventes. Prescindió de los servicios de Guus Hiddink, pero ahora volverá a contratarlo, porque está dominado por el vértigo que conduce a repetir la mediocridad en un bucle eterno. Los grandes clubes europeos (los que disponen de más dinero) rara vez innovan con los entrenadores; el último descubrimiento fue Pep Guardiola y ahora agota las esencias de su sistema en el Bayern.

La amenaza fantasma (episodio 1 de Star Wars) no está citada en vano. Con Mou libre, merodeando en torno a los clubes con más de 300 millones de presupuesto, la probabilidad de que aterrice de nuevo en el Real Madrid quizá sea baja (Florentino Pérez aseguró públicamente “ahora no”), pero es superior a cero y, desde luego, superior a la que existe de que Benítez supere una temporada. Como Mou dejó a medias las tareas de desmantelamiento quintacolumnista de la selección española de fútbol y existe una misteriosa conexión berserker entre el entrenador portugués y una parte de la afición madridista, no debe descartarse la posibilidad de que Mourinho retorne a la capital de España, Jorge Mendes mediante. Otro personaje, por cierto, al que conviene prestar atención.

El horror, diría el coronel Kurtz, existe. Imaginen un futuro inmediato con Putin en el Kremlin, Trump en la Casa Blanca, Mourinho en la otra casa blanca y Montoro otros cuatro años más en Hacienda. Imaginen un futuro así y tiemblen... después de haber reído.

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