Una bofetada de realidad
Escribe Paula San Pedro, responsable de incidencia humanitaria de Oxfam Intermón
Cuesta creer la brutalidad con la que son tratadas las personas refugiadas y migrantes durante su duro peregrinaje por Europa.© Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Escribo este texto en medio del insomnio. Yo no quería hacerlo, creía que lo que sentía era demasiado cruel, demasiado duro y demasiado emocional para poder escribir algo con sentido. Pero creo que si no lo hago este insomnio me va a acompañar durante algún tiempo. Quizás, finalmente, esto que escribo puede ayudarme a sacar todo esto, y quizás, con suerte, compartirlo puede ayudar a que más gente entienda que está pasando a unos pocos miles de kilómetros de casa.
Acabo de volver de Serbia.
El camino que hacen los migrantes según salen del tren que les ha traído de Macedonia recuerda a las imágenes de la II Guerra Mundial. Son cientos de personas. La visión de este peregrinaje migratorio llenará las páginas miles de libros de historia en un futuro (al menos eso espero, para que no caiga en el olvido), pero en el momento es una verdadera bofetada de realidad. Sus rostros, su pasado, su origen, su huida explican la desigualdad, la pobreza y la violencia indiscriminada que marca el mundo actual. Iraníes, marroquíes, argelinos, pakistaníes, iraquíes, bangladesís, somalíes, sirios, afganos, eritreos. Familias, mujeres, hombres, menores. Hay de todo. Algunos han salido solos y se han hecho amigos en el camino, otros han salido junto a otras familias, hay mujeres que viajan juntas, jóvenes que van en grupo. Todas las combinaciones son posibles, pero en todos está la misma voluntad, huir buscando una vida mejor.
Sorprenden las pocas pertenencias que llevan, sobre todo sabiendo que ahí está toda su vida. Una bolsa es lo máximo. Todo lo demás es un lujo y un peso que no se pueden permitir. Nos cuentan que salieron con más cosas, pero a medida que pasaban los días, se iban deshaciendo de ellas. Me imagino cuánto debe doler ir dejando parte de tu pasado por el camino.
No sólo conmueven sus desgarradoras vivencias en sus países de origen, pero aún más la brutalidad con la que son casi siempre tratados en su duro peregrinaje. A uno le cuesta creer que las historias de violencia indiscriminada, de (mal)uso de la autoridad, de corrupción, de violación de los derechos humanos son causadas por países europeos. Todas las maldades de la humanidad se han concentrado en estas personas.
No sabría por dónde empezar contando las miles de historias que nos narraron. Cada historia es más desgarradora que la anterior. Miras a los ojos a personas que han visto lo peor de la humanidad. La gente quiere y necesita contarlo, supongo que por la misma razón que yo ahora necesito contar lo que ellos han sufrido.
Estuvimos con una familia iraquí. Él panadero, ella le ayudaba en la panadería. Tienen cuatro hijos muy pequeños. Decidieron salir cuando vieron que si continuaban ahí serían víctimas del ISIS. Acabaron teniendo miedo a todo el mundo. Todo se había vuelto inseguro. Él tenía miedo a que le obligasen a formar parte del ejército. El hermano de ella fue asesinado. Fue entonces cuando decidieron coger todo sus ahorros y emprender camino con destino a Suiza. Al hablar sobre los ataques en París y en Beirut ella lo expresó con absoluta claridad. “Los europeos deben saber que nosotros huimos por lo mismo a lo que ahora ellos temen. Nosotros estamos de su parte. Nosotros solo queremos vivir en paz”.
Una familia de Homs nos contó que había salido de Aleppo hacía dos semanas. Huyeron cuando temieron que sus hijas de no más de diez años fueran apresadas por los grupos terroristas. Él nos confesó que no puede dormir, tiene terribles pesadillas por lo que ha visto. Desde que salieron bebe cada noche para poder dormir. No dejará de hacerlo hasta que no lleguen a su destino y se sientan seguros. No me siento capaz de juzgarle, el terror que expresaban sus ojos lo decía todo. Solo espero que su familia no tenga que sufrir, además, las consecuencias del alcohol.
Otra familia iraquí nos contó que llevaban tres meses de viaje. No hay palabras para describir lo que ha sufrido esta familia con cuatro hijos (el mayor tendría seis años). Salieron el 17 de agosto, por las mismas razones que tanta otra gente. Decidieron coger la misma ruta que la mayor parte de los migrantes; Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia... trataron de coger el barco cuatro veces en Grecia pagando una media de 500 dólares por cabeza. Ante la frustración de no poder salir y ante la falta de dinero decidieron probar suerte atravesando Bulgaria. Ahí fueron apresados. Pasaron tres días en una cárcel hacinados, con un solo lavabo y con heces hasta los tobillos.
Las historias nunca acaban. Estuvimos con un grupo de chicos (más de uno menor) de Bangladesh que llevaban más de un mes de trayecto; con dos valientes mujeres que decidieron salir de Somalia huyendo de la violencia; con una mujer marroquí que lloraba desconsolada cuando se enteró que no le dejaban seguir su viaje porque no pertenecía al grupo de los “privilegiados” (eso ocurrió cuando los países del Europa del Este, empezando por Eslovenia y bajando en cascada, decidieron que solo aceptarán tres nacionalidades, sirios, afganos e iraquíes, provocando una tragedia más entre todas las que he visto estos días).
Me acuerdo mucho de un chico afgano de doce años. Viajaba con su hermano de 18 y con los amigos de éste. Se palpaba el cansancio, la tristeza y la desolación en su mirada absolutamente perdida mientras los amigos trataban de animarle.
No sé hasta qué punto esto mejorará mi insomnio, no me importa mucho. Pero espero al menos haber acercado la cruel realidad que viven estos miles de migrantes (¡y tantos otros que no tienen el dinero para huir!). Sólo cuando logremos ponernos en la piel de todas estas personas obligaremos a nuestros dirigentes a evitar que esto siga pasando.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.