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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

(Inter)ponga un teléfono móvil en su vida

Ante un atentado está la mayoría que huye, la minoría que actúa y quienes graban con el móvil

Jorge Marirrodriga

Circula por Internet una viñeta en la que aparece una mujer atacada en un callejón por un hombre con un cuchillo. Ella grita: “¡Auxilio! ¡Que alguien haga algo!”. Enfrente, hay un edificio con gente en las ventanas pero pendientes cada uno de su móvil o de su ordenador escribiendo: “Hagamos algo”, “Unidos por ella”, “Acabemos con los cuchillos”, “Todos somos ella”.

David Pethers es un británico de 33 años que cuando el pasado sábado viajaba en metro presenció cómo un hombre se liaba a cuchilladas con los demás pasajeros. Él y otro hombre protegieron a algunos niños presentes y luego trataron de placar al agresor durante los interminables minutos que duró aquello hasta que la policía llegó y redujo al atacante. Pethers quedó impresionado por la escena. Y no tanto por la violencia del hombre que lanzaba cuchilladas supuestamente al grito de “¡Esto es por Siria!” sino por el hecho de que una docena de personas se dedicaran a grabarlo todo en sus teléfonos móviles como si aquello fuera el desfile vespertino en Disneyland. No era por colaborar con la policía. De hecho, esta ha tenido que hacer un llamamiento pidiendo las grabaciones. No es la primera vez que sucede algo parecido. En 2013 dos yihadistas degollaron a un soldado británico, Lee Rigby, a plena luz del día en Londres y delante de testigos. Uno de ellos ni intervino ni huyó. Grabó con su móvil y continuó grabando mientras uno de los terroristas se lanzaba sobre él no para matarle, sino para soltar su verborrágica soflama, sabedor de que en minutos circularía por todo el mundo. A su vez, otro transeúnte grababa este diálogo.

Es muy difícil prever como reaccionaríamos cualquiera de nosotros ante una situación similar. La lógica y la estadística dicen que la mayoría optaríamos por huir y solo una minoría tendría el valor y la claridad de ideas suficiente para hacer algo. Pero ahora ha surgido una tercera categoría y, a juzgar por lo sucedido en Londres, bastante importante. La de aquellos que se refugian en el mundo virtual para alejarse de la realidad. Como si el teléfono móvil fuera una especie de chaleco antibalas o de parapeto de hormigón armado que les hace inmunes a lo que está sucediendo. Algo similar al niño que se tapa la ojos porque no quiere que le vean. O todavía peor. Como si a cambio de la efímera fama de las redes sociales valiera la pena arriesgar la vida propia y considerar la de los demás como una mercancía susceptible de ser comentada —en la mayoría de los casos de manera denigrante— por millones de desconocidos.

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Tal vez no sea culpa de ellos. Reciben todos los días un machacón mensaje sobre la importancia de las redes sociales y a la par experimentan un placer adictivo cada vez que aquello que colocan en Internet es compartido o comentado. El problema viene cuando ese mundo choca con la realidad. Y cuando lo virtual se impone a lo que está sucediendo. Como si un hashtag detuviera las balas.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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