Diverxo, la extraña perfección del caos
La curiosidad me podía. ¿Habrían cambiado mucho las cosas? Mi propósito era sentirme como uno más de su brigada sin estorbar a nadie, reto complicado. Cuando alrededor de las 14.00 alguien gritó "¡Mesa 4 completa!", se empezaron a acelerar los gestos del equipo que desde media hora antes protagonizaba una auténtica vorágine. "¡Llevo vasos, cuidado!", "¡Voy con cuchillos!", "¡Voy, voy que quemo!" escuchaba por todas partes. Me refugié en una esquina junto a la salamandra y oí una voz familiar: "Hola, José Carlos". "Hola, David", le contesté tras girar la cabeza y encontrarme con David Muñoz rellenando dumplings. "¿Qué tal andas?". "Agotado, no sabes hasta qué punto. Esto es una puta locura. Todas nuestras preparaciones son calientes y las hacemos al momento. El esfuerzo es tremendo ”, me dijo.
"Aquí el calor es menos intenso que en la calle Pensamiento", le comenté a David en otro de los cruces. "Espera que den las tres y media y el comedor esté lleno, aguanta, no te vayas y me dices". En efecto, a esa hora el calor ambiental iba subiendo. De un lado a otro, el ruido, el fuego, el humo, la luz y la tensión se palpaban en cada esquina. Siempre con una pulcritud extrema. He visto de cerca muchas cocinas profesionales en partes alejadas del mundo, pero nunca nada parecido a Diverxo.
Salí del frente de guerra a respirar y a beber agua. Nadie en el comedor era consciente de la tensión que se vivía dentro. Al pie de las mesas, en el centro de la sala, algunos cocineros remataban bocados, otra de las singularidades de Diverxo. Al volver conseguí tomar fotografías de algunos platos a costa de robar segundos al equipo de sala que desde la cocina saltaba disparado hacia las mesas. Dentro continuaban las aglomeraciones y estrangulamientos en lugares críticos.
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