Nadie regaña como ella
Me gustaría tener una Inés Arrimadas para que me regañara a gusto; no a todas horas, solo en determinados momentos. Por ejemplo, una de esas noches alargadas en el sofá sin fuste ninguno
He seguido con interés y verdadera emoción todo lo que ha pasado en el Parlamento catalán (llámenme excéntrico): desde esa primera jornada solemne, con aroma kosovar y caras largas, en la que se aprobó el tránsito hacia terrenos ignotos en lo político y en lo emocional, hasta el doble NO “tranquilo” de la CUP al señor Artur. Y tengo que decir que lo que allí se ha desplegado me ha fascinado como espectador; y por favor entiéndanme bien, soy consciente de lo importante y transcendental del momento, no pretendo frivolizar, pero permítanme tomar un poco de distancia (al fin y al cabo soy un simple cómico). El caso es que en esta opereta en tres actos ha habido de todo: galanes despechados, secundarios cómicos, heroínas incomprendidas, personajes maquiavélicos, doncellas indolentes y también un señor muy alto. Todos ellos fascinantes y creíbles, pero, sin lugar a dudas, mi personaje favorito: la institutriz constitucionalista interpretada por Inés Arrimadas. Y ahora retomo un argumento expuesto en esta columna hace una semana (cuando expresé que quería una CUP en mi vida): Me gustaría tener una Inés Arrimadas para que me regañara a gusto; no a todas horas, solo en determinados momentos. Por ejemplo, una de esas noches alargadas en el sofá sin fuste ninguno. De repente ¡chas! ¡Inés Arrimadas! “¿Qué haces que no te vas a dormir? ¿No me digas que vas a ver otro capítulo de la segunda temporada de Fargo? Anda… tira, tira pa´ la cama, que mañana no va a haber quien te levante. Y lávate los dientes, no solo por fuera, también por la cara interna. Y tápate el lomo que luego te resfrías”.
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