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Revista Sábado
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ‘matafísica’

El sabor de la excrecencia no gusta al principio pero se tolera luego, como con los manjares que la primera vez nos saben mal

El presentador Jorge Javier Vázquez.
El presentador Jorge Javier Vázquez. Samuel Sánchez

En el programa Sálvame de esta semana ha venido apareciendo un hashtag con el nombre de matafísica. Los hashtag (del inglés hash, almohadilla; y tag, etiqueta) indican una zona en la Red donde se chatea sobre un determinado tema y se dice, en este caso, cualquier cosa. “#Matafísica” no es, desde luego, una alusión a la propia metafísica sino al caso del colaborador Kiko Matamoros que mientras se estaba haciendo estos días una cirugía estética había enviado a su mujer, Makoke, para reemplazarle en el plató. Muchos de los habituales (Mila, Belén Esteban, Lydia Lozano, Kiko Hernández) la menospreciaron por tres o cuatro razones de peso mediático y, al cabo, la sacaron de sus casillas. Así que el miércoles a media tarde se puso violentamente en pie y dijo que abandonaba para siempre Sálvame. Diferentes detalles sobre la vida de Makoke y su estrafalaria mansión se encuentran impresas en el último número de la revista Lecturas si es que no han lanzado ya otra edición.

La cosa estaba caliente, pero allí nadie sabe lo que va a pasar después porque este programa ni parece que posea guion, objeto o destino. La metafísica es lo contrario a la patafísica del animador Jorge Javier que pasea por el escenario como un mentor a la manera teatral del Siglo de Oro. O sea, la vida misma teniendo en cuenta que toda existencia es teatro y los sueños, sueños son.

¿Puede llamarse a esto telebasura? Basura es, pero ¿qué decir del basurero en cualquier ámbito actual? Comida basura, bonos basura, empleos basura, minutos basura, estafas, spams, dinero negro, sobornos, tarjetas black.

Una forma positiva de considerar el fenómeno de los muchos detritus volando sobre nuestro tiempo es atribuir su crecimiento a los humus de la riqueza y otro, también estimulante, es constatar en la detección de su malignidad la permanente sensibilidad popular hacia lo bueno. Condenamos la comida basura porque apreciamos la comida sana, hablamos de telebasura porque creemos en una televisión digna, abominamos del dinero negro porque amamos la claridad. A cada rechazo de lo malo correspondería una fuerte valoración de lo mejor y, de esta manera, como sucedía con el pecado, todos desearíamos superlativamente la gracia de Dios.

La cuestión, sin embargo, no queda despejada puesto que este tiempo es todo menos transparente o ejemplar. Si revolotea tanta gente en torno a los vertederos nauseabundos ¿no se deberá a la atracción que sus almas sienten por la degradación? Época de truhanes políticos, religiosos y mercantiles; de periódicos, revistas, redes y emisoras amarillas, de contratos sin honor ni buen olor. Porque o nadie confiesa que aquello huele a pútrido —incluida la policía— o, por el contrario, se alza una nauseabunda marea que ahoga legislaturas completas.

A los concursos de MasterChef pronto seguirán las competiciones de mastershit. El sabor de la excrecencia no gusta al principio, pero se tolera luego como con los manjares que la primera vez nos saben mal. La telebasura tiene mala prensa pero la prensa es también mala y hasta The New York Times se pirra ahora por un violador en serie que explotaría comercialmente en primera página. Hay que vender. Este es el lema. Y en la crisis valen más los sentimientos que los hoy (dudosos) conocimientos.

La medicina para nuestra actual felicidad no se halla, en suma, ni en la filosofía ni en la teología (ambas desaparecidas por completo) sino en la matafísica que nos infunde la sospecha de que, como insinuaba Makoke con su portazo, habría un alentador karaoke más allá. Es decir, la edición del mismo programa, de limón, naranja o deluxe, un día y otro día, a través de una Telecinco prolongándose más y más.

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