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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

El Hambre, de Martín Caparrós

PorManuel Bruscas (@Manuel_Bruscas).

Martín Caparrós, fotografiado por Marta Pérez (EFE/EL PAÍS).

“El hambre paseaba sus vacas exprimidas,

sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,

sus ávidas quijadas, sus miserables vidas

frente a los comedores y los cuerpos salubres”

Miguel Hernández (“El Hambre”,El hombre acecha)

El hambre en el mundo es real y no es fruto del azar ni resultado de una fatalidad. Antes bien, es el producto y reflejo de un sistema económico que produce comida más que suficiente para alimentar a todos los habitantes del planeta pero que es incapaz de conseguir que todos coman. El hambre tiene causas, razones, decisiones. Éste es el nudo gordiano de “El Hambre”, el libro más reciente de Martín Caparrós.

En sus más de 600 páginas el escritor argentino -afincado en Barcelona- desgrana los entresijos de una de las grandes vergüenzas del mundo moderno: EL HAMBRE (así, en mayúsculas). Por un lado, Caparrós repite las grandes cifras que deberían hacernos sonrojar:

Pero Caparrós no cae en la trampa de centrarse solo en los datos (“los números son el refugio de los cobardes”, escribe el argentino). Porque la paradoja es que cuanto más repetimos estas cifras, más irreal se vuelve el hambre. La fría estadística nos adormece y el hambre, poco a poco, se convierte en algo brumoso (todo ocurre lejos). Caparrós se da cuenta del riesgo de abrumar al lector con cifras y más cifras (“Si este libro fuera valiente-si yo fuera valiente- no incluiría ningún número”). Y por eso “El Hambre” es también una colección de historias que reflejan los viajes de Caparrós por diferentes lugares del planeta: Níger, India, Bangladesh, Estados Unidos, Argentina, Sudán del Sur o Madagascar. Son historias que duelen -por reales-, historias que desgarran y que no son fáciles de digerir.

Hay pasajes particularmente desoladores, como éste en el que una madre de Níger no sabe si alimentar a sus hijos mayores o si comer ella para así poder dar el pecho a sus recién nacidos:

“Si no como, mi leche no sirve. Pero si como, mis hijos mayores no comen. Así que si como para tener leche buena estoy salvando a los más chiquitos y dejando a los demás. ¿Y para qué? ¿Para que cuando los chiquitos sean más grandes les pase lo mismo?”

O este diálogo entre Caparrós y un hombre llamado Ahmad

“-¿Cuál es tu plato favorito, el que más te gusta comer?

- La bola de mijo

- ¿Sí? ¿Es mejor que el pollo?

- ¿Pollo? Pollo no puedo comer nunca. ¿Para qué quiero que me guste el pollo?”

“El Hambre” es también un compendio de verdades incómodas: en un mundo de hambrientos, la comida es desde hace años otro medio más de especulación financiera (por ejemplo, la especulación del trigo mueve más dinero que la producción del trigo); el 50% de los hambrientos del mundo son pequeños campesinos con un trocito de tierra; o, en una suerte de relato kafkiano, usamos ingentes cantidades de cereales no para alimentar a personas sino para producir agrocombustibles como el etanol (“el agrocombustible que usan los coches estadounidenses alcanzaría para que todos los hambrientos del mundo recibieran medio kilo de maíz”).

“El Hambre” es, en definitiva, un retrato descarnado de un drama -el hambre- y sus causas: “El problema del hambre no es el desarrollo, sino quién lo controla. Es un problema político”.

Hay, no obstante, espacio al final para unas líneas que invitan a una rebeldía optimista “Pensar cómo sería un mundo que no nos diera vergüenza o culpa o desaliento - y empezar a imaginar cómo buscarlo”.

[Algunos pensamos que ante esta realidad de hambre el peor delito es la indiferencia. Así que seguimos recogiendo firmas para que los supermercados donen la comida que les sobre a ONG y entidades sociales. Firma tú también.]

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