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MIRADOR
Columna
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Matrix

La creación de partidos de izquierda empieza a convertirse en una industria de tal calado que Rajoy la presentará como símbolo de la recuperación

Manuel Jabois

La izquierda siempre ha tenido un problema: los partidos de izquierda. Un problema como el del comunismo con los comunistas. Del mismo modo que el del Real Madrid es, en buena medida, los madridistas.

No hay ideología con más alegría caníbal que la izquierda, ni políticos que hayan errado tanto la puntería: cuando tienen al adversario a tiro, se giran y devoran a sus compañeros con reflejo pavloviano. Hay intelectuales que diagnosticaron su impotencia con nostalgia. La de Semprún hace treinta años, cuando decía que la izquierda no paraba de traicionarle porque de la derecha no esperaba nada; la de Pascal Bruckner (Mi hijo, Impedimenta, 2015) diciendo que a pesar de la estupidez y el buenismo nunca ha dejado el progresismo: “Las únicas estupideces que me indignan son las de la izquierda, las demás me dejan indiferente”.

Los dos disfrutarían en la España de hoy, un espectáculo parecido al de un turista paseándose por campos de energía en los que se incuban los humanos fuera de Matrix. Si el obstáculo de la izquierda son los partidos se ha resuelto crear todos los posibles en reuniones en las que se entonan cánticos en lenguas muertas. La izquierda puede ganar sin partidos y hasta sin programa: Carmena no sabía que existía uno, no digamos que llevaba candidatos detrás, e hizo muy bien todo.

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Como no se aprende de las lecciones, incluso de las más recientes, para las generales se han fundado un montón de partidos para hacer públicas sus diferencias con un objetivo sagrado: juntarse. Con una expectación tan grande que se observa el proceso como si en los programas de cada uno se prometiese la reunificación ideológica antes que el gobierno. Ese ombliguismo es contagioso; un tic tan tierno que no solo no despierta el temor del PP sino que levanta su instinto paternal: querámoslos, si tarde o temprano se devorarán entre egos, lindes, herencias y liebres.

Sí, la creación de partidos de izquierda empieza a convertirse en una industria de tal calado que Rajoy la presentará como símbolo de la recuperación, con los coches, la alimentación y los contratos de trescientos euros. El presidente podría aplicar a sus adversarios el mismo discurso que con el paro; la izquierda crece como los puestos de trabajo: el mismo nivel de precariedad. Los partidos de izquierda deberían reaccionar, o sea disolverse en uno, pero están sometidos a equilibrios suicidas. De tal manera que empieza a haber problemas para encontrar nombres; cuando parecían haberse agotado todos los antónimos, Baltasar Garzón encontró uno desconcertante para lo suyo: La Izquierda.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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