Demasiado ‘relaxing’
No es poco, pero si llamamos debate al encuentro entre Iglesias y Rivera es que andamos perdidos
Escribir una columna sobre el encuentro, no debate, de Iglesias y Rivera en un bar de Barcelona, por más que la jauría tuitera se empeñe, no puede despertar apasionadas reacciones: el anunciadísimo encuentro de los dos titanes, triunfante desde luego en el ranking de audiencias, no cabe juzgarse sino como una audacia televisiva consistente en convocar a dos rivales de la nueva hornada para que den una lección de buenos modales a la vieja escuela. No es poco, pero si llamamos debate a esto es que andamos perdidos. ¿O es que los votantes, reconvertidos ya para siempre en audiencia, no quieren ver a los candidatos exponer sus ideas, con cifras y datos que prueben que aquello que proponen está dentro de lo posible y no se mueve sólo en el terreno de lo especulativo y emocional?
Debido a la inaceptable intromisión de la clase política en la televisión pública, que es quien debería favorecer vibrantes debates, hemos decidido conformarnos con unas nuevas reglas encaminadas más a alegrar a la audiencia que a favorecer una visión compleja del momento político. Al término de la charla entre Iglesias y Rivera, Alberto Garzón se preguntaba por qué no había sido invitado él a dicho encuentro. Tenía razón en parte: el partido amistoso entre las dos estrellas con más posibilidades de ser formación bisagra eliminaba al resto de los rivales; pero, por otro lado, estaba aceptando que las nuevas reglas del juego están marcadas por las estrellas y los directivos de la tele.
La victoria fue, sin duda, de Salvados que hizo creer a muchos telespectadores que se encontraban ante un primer debate pre-electoral. Y tan solo fue un relaxing cup of coffee. Demasiado relaxing para lo que anda en juego.
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