¿Gasol y Piqué pueden vivir juntos?
Después del 27-S, Cataluña es una comunidad trágicamente dividida en dos mitades. Es urgente reconstruir el Pacto Constitucional del 78, con voluntad de consenso e incorporando a los dos grandes partidos y a las fuerzas políticas emergentes
Como es natural, hablo de Pau (aunque valdría con Marc) y de Gerard (nada que ver familiarmente conmigo, que yo sepa, a pesar de compartir apellido, aunque ya me vendría bien disfrutar de una parte de su extraordinario talento). Ambos son excelentes deportistas, con éxitos indiscutibles que los hacen excepcionales. Pero, evidentemente, no quiero hoy hablar de sus logros deportivos. Quisiera referirme a lo que representan de retrato de un país complejo.
Pau es español, en tanto que catalán. Y lo manifiesta con total naturalidad. Sin problemas emocionales. Y transmitiendo unos valores absolutamente admirables. Gerard es catalán, y juega con la selección española. Y se siente más catalán que español. Pero comparte amistades y sentimientos muy profundos con sus compañeros de equipo. Y quiere seguir jugando en la selección española.
Eso es Cataluña. Y eso es, por lo tanto, España. Países complejos y plurales. Con múltiples y diversas sensibilidades, que los enriquecen y los hacen particularmente atractivos.
Y esa rica complejidad es la que debemos de preservar. Porque sobre ella descansa nuestra convivencia, basada en el respeto mutuo, pero sobre todo, en la admiración y el afecto compartidos.
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Estoy seguro de que, a Pau y Gerard, a Gerard y Pau, no les costaría en absoluto ponerse de acuerdo muy rápidamente en ver cómo seguimos siendo parte de una misma colectividad, que desea convivir, disfrutar juntos, tener horizontes de prosperidad y de superación, y de hacerlo en un marco de libertad, de igualdad de derechos y de tolerancia fraternal sobre las diferencias, no sólo aceptándolas sino asumiendo que nos enriquecen a todos.
Y sería una pena que no lo viéramos de esta manera. Porque el resultado sería terrible: que Pau no pudiera seguir viviendo íntimamente su condición de catalán y español, sin contradicciones, o que Gerard pensara que, al final, su condición de catalán le hace incompatible con su compromiso con España, a través de su selección.
Rescatemos uno de los valores tradicionales de la Revolución Francesa, la fraternidad
Para los dos, el desgarro emocional, creo, sería inasumible. Y no podemos permitir que la política llegue a esos extremos. Porque la política debe estar al servicio de la inclusión emocional de todos y cada uno de los ciudadanos, en torno a valores compartidos de libertad, de igualdad de derechos y de oportunidades, y de horizontes de futuro. En nuestro caso, la pertenencia y el protagonismo en ese gran proyecto de construcción de una Europa como hogar común, y que constituye una de las grandes hazañas de nuestra historia colectiva como europeos.
Por ello, debemos ser capaces, y sobre todo los nuevos responsables políticos salidos de las elecciones autonómicas recientes, y que una parte muy significativa, pero, al final, no mayoritaria, ha querido plantear como un plebiscito, de reconstruir lo destruido. Incluyendo cosas elementales, que, al margen, sin duda, de muchas otras, podrían ser las siguientes:
1. El respeto a la legalidad y a las reglas del juego, algo básico en cualquier sistema democrático. No creo que merezca mayor discusión.
2. La devolución del carácter integrador de las instituciones, renunciando a que vuelvan a ser instrumento de proyectos políticos parciales, como así ha sido “obscenamente”, y que vuelvan a su carácter de servicio para el conjunto de los ciudadanos. Espero y deseo que el nuevo Parlament, incluido quién lo presida, lo entienda así. Debe ser la expresión de todos y cada uno de los ciudadanos a través de sus representantes. Y todos deben ser iguales.
3. Un trabajo conjunto para superar los desgarros emocionales, tanto en la sociedad catalana, trágicamente dividida, en las familias, en los amigos o en el trabajo… como entre una parte significativa de ésta y una parte, también significativa, de la sociedad española. Absurdamente triste.
Las instituciones han de recuperar su carácter integrador; no son de uso para proyectos parciales
4. Un esfuerzo común y compartido para que los sistemas educativos no sirvan para dividir y enfatizar diferencias, sino para que sirvan para unir y compartir, con independencia de la lengua utilizada para vehicular esos valores. Las lenguas jamás dividen. Lo que divide es lo que se expresa con las mismas. Y ahí se ha hecho mucho daño. Y lo que se ha sembrado durante, al menos, dos generaciones, necesita de un período de tiempo similar. Recuperemos uno de los valores tradicionales de la Revolución Francesa y probablemente el menos citado: la fraternidad.
5. Un esfuerzo común y compartido para que los medios de comunicación, públicos y privados, contribuyan a vertebrar y no a dividir. Que estén al servicio de todos los ciudadanos que, con sus impuestos, financian o subvencionan a los mismos. Y, de nuevo, hace falta tiempo.
6. El respeto a los símbolos y a las instituciones que los representan. Nada positivo nace del desprecio y la ofensa. Y muchas cosas son positivas si se hacen desde el respeto y el afecto compartido. Otra vez, necesitamos tiempo.
7. La voluntad de rehacer el gran pacto que nos permitió salir de la dictadura e instaurar un sistema plenamente democrático y homologable, que nos permitió nuestra integración en la construcción europea. Y se hizo con gran generosidad y altura de miras.
En definitiva, es urgente reconstruir el Pacto Constitucional del 78. Con el mismo espíritu generoso y de voluntad de consenso. Y hacerlo de forma inclusiva, como en el 77, incorporando no sólo a los dos grandes partidos, sino a las nuevas fuerzas políticas emergentes y, en la medida de lo posible, a los nacionalismos periféricos, si se dejan… Pero no hay otra salida si queremos cimentar las bases para una convivencia que nos dure, al menos, otros treinta o cuarenta años.
Un marco de convivencia renovado que nos permita que los Gasol y los Piqué se sientan razonablemente confortables, y que les guste vivir en común. Algo que, lamentablemente, no estoy seguro que esté garantizado después de los resultados del domingo. Una sociedad trágicamente dividida en dos mitades y que tenemos, entre todos, la obligación moral de superar.
Y efectivamente, tenemos la obligación, entre todos, para que eso sea posible. O, ¿nos imaginamos un país en el qué Gasol y Piqué no puedan estar juntos? Un país en el que uno de los dos se sienta extranjero. En dónde uno u otro tengan pasaportes distintos… Un país en el qué no puedan convivir como compatriotas y que, al mismo tiempo, puedan compartir con algo tan común y compartido como una España que un conocido nacionalista catalán, definió como una realidad entrañable.
Compartirán conmigo que estamos hablando de un escenario trágico. Y absolutamente indeseable. Ojalá todos los Gasol y todos los Piqué tengan en cuenta lo que nos estamos jugando. Y reaccionen adecuadamente. Asumiendo que vale tanto la libertad o la igualdad como la fraternidad. Valores republicanos. Valores universales.
Josep Piqué fue ministro de Industria, Asuntos Exteriores y Ciencia y Tecnología en los Gobiernos de Aznar.
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