De Pisón
Cuando su equipo pierde, Ignacio acostumbra a dar una vuelta a la manzana de su casa de Barcelona, para que se le pase el sofoco
El lunes, el zaragozano Ignacio Martínez de Pisón recibió la noticia del Premio Nacional de Narrativa, por La buena reputación, en el momento más bajo de la temporada: el Zaragoza roza los puestos de descenso a Segunda B. Cuando su equipo pierde, Ignacio acostumbra a dar una vuelta a la manzana de su casa de Barcelona, para que se le pase el sofoco. El Zaragoza es una de las obsesiones que llenan su vida de detalles muy cómicos. Otra es la muerte. Cada mañana, nada más coger el periódico, se dirige a las esquelas y calcula la media aritmética de los fallecidos. Aguarda con pánico el día en el que compruebe que él es más viejo que esa media.
Ignacio se ríe de sus obsesiones, pero no de todas. Desde hace un tiempo, vive asfixiado y perplejo por el aire tan envenenado que, incluso en el mundo cultural, se respira en Cataluña. Conoce a gente intelectualmente sofisticada que se ha dejado de hablar para impedir que el delirio rompa los afectos. Él, que también es un obseso de la tertulia y de la amistad, insinúa que algo que provoca ese desgarro es pura basura, intolerante y reaccionaria.
Hace 30 años, el exquisito bibliófilo y escritor José Luis Melero quiso que yo conociera a Ignacio, en el café El Ángel Azul de Zaragoza. Desde entonces, lo encuentro obsesionado con sentirse el narrador que siempre aspiró a ser. Lo ha conseguido por todo lo alto, con una literatura poderosa y traslúcida, protagonizada por pobres diablos que no saben cómo vivir. Carreteras secundarias, Enterrar a los muertos o El día de mañana ya le han garantizado la inmortalidad, más allá de las esquelas.
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