‘Showgirls’, ¿por qué es una película de culto?
Acaba de anunciarse que se va a remasterizar y estrenar en Francia, aunque desde hace más de 20 años a la película de Paul Verhoeven no le llueven más que críticas. Sus fans la siguen defendiendo a capa y espada
El 22 de septiembre de 1995 se estrenaba el polémico filme protagonizado por Elizabeth Berkley. Escandalizaron sus escenas pornosoft, sus desnudos integrales y su visión decadente y megahortera de los musicales de Las Vegas. Pero luego… Luego resultó que Showgirls fue aclamada por los espectadores, porque detrás de tanto morbo gratuito y chabacano se escondía una auténtica joyita. La película de Paul Verhoeven tiene el rarísimo honor de estar al mismo tiempo entre las peores películas de la historia y los rankings de filmes infravalorados, pero... ¿por qué?
Porque los ataques fueron desproporcionados
Paul Verhoeven debió flipar con la polémica y, especialmente, con la censura. En 1992 había rodado el cruce de piernas sin bragas de Sharon Stone en Instinto básico. Y la actriz había sido nominada al Globo de Oro. Elizabeth Berkley parecía ser su sustituta natural. Una especie de Pretty woman erótica. No fue así. De nada sirvió que, en la primera mitad de los años 90, Sharon Stone se masturbara ante William Baldwin en Sliver (1993) o que Demi Moore fuera tentada con Una proposición indecente (1993) de Robert Redford o sufriera el Acoso (1994) de Michael Douglas. Showgirls se alzó con 15 nominaciones en los Razzie, de los que ganó la friolera de siete. Por si a alguien se le había olvidado, en 1999 fue nombrada la peor película de la década.
Porque acabó con la carrera de su protagonista
Un año después de Showgirls, Demi Moore sufría otro acoso en Striptease. Su stripper siliconada es de vergüenza ajena, pero, ¿le pasó factura? No. Sin embargo, Showgirls acabó con los sueños de Elizabeth Berkley. A la chavala de Salvados por la campana le pasa de todo en la película. Nomi, su personaje, hace autostop a Las Vegas, le roban, le confunden con una puta, acaba en el calabozo por desorden público, baila vestida, baila desnuda, se lo monta con hombres, con mujeres, hasta le sale la vena Bruce Lee cuando se venga del violador de su amiga. De nada le sirvió enseñar su pubis rasurado. Esto era demasiado para Hollywood. Mejor un picahielos en el cuello de un infiel que una jovencita cumpliendo el sueño americano en pelotas.
Porque contiene escenas eróticas delirantes
Asumiendo que Showgirls es un placer culpable, que eleva la erótica más kitsch al poder y que se ríe de cualquier convencionalismo, sólo queda disfrutar de ESOS movimientos de pelvis XXL de su protagonista. De escándalo: Elvis a su lado es un aficionado. La Berkley se vino arriba en las escenas con Kyle MacLachlan, que, tras Terciopelo azul, pensaba haberlo visto todo. Como ese lap dance privado en el se restriega hasta llevarle al orgasmo tántrico o el polvo “taquicárdico” de la piscina, creando más olas que el Aquópolis. Verhoeven inventó el erotismo cifi, tan “deslumbrante, excitante y sexy” como Las Vegas, capaz de ponerte cachondo mientras te echabas unas risas.
Porque los diálogos de tan malos resultan buenos
En uno de los espectáculos se escapan unos monos en celo. Los mismos que podrían haber escrito algunos de los insólitos diálogos de Showgirls. “Luces mejor que un pene de 25 centímetros”. Inusitado piropo el que le suelta a Nomi una especie de Mae West que, con un artilugio casero, hace que se le salga su abundante pecho del escote. Rocambolesco. “En EE UU todos son ginecólogos”, comenta en otro momento un japonés. Hay más: “Tienes las tetas muy bonitas”, le dice a Nomi, Cristal (enorme némesis Gina Gershon). “Me gusta tener las tetas bonitas”. Aplausos.
Porque habla sin tapujos de la sexualidad femenina
Sin avisar, Verhoeven destapa algunos temas que parecían intocables. Molly, la costurera y mejor amiga de la protagonista, comenta con ojos inocentones que le duele tanto la mano derecha “que no puede hilar una aguja”. ¡Guau! Y esto antes de que llegara Amy Schumer. Cuando Nomi toma clases de baile, muy a lo Dirty Dancing, pero dirty de verdad, y su profesor quiere ir a más, ella explica sin pudor que está menstruando. Como él desconfía, ella le mete la mano entre sus piernas para comprobar ¡sorpresa! que, efectivamente, decía la verdad. “Tengo toallas”, comenta él por lo bajini. “Podremos hacerlo cuando me ames”, le dice ella. Redoble de tambor.
Porque la protagonista es una heroína
Dueños de antros que obligan a sus bailarinas a acostarse con ellos. Empresarios que ofrecen una pasta por un polvo rápido. Showgirls desataba tabúes y mostraba a la mujer objeto, sí, como muñecas hechas en serie con sus pelucas, su colocón de purpurina y sus largas uñas. Pero Nomi, siempre a la defensiva, parece ajena a este turbulento frenesí, eligiendo siempre que puede. No se droga, no se acuesta por dinero, se hincha a patatas fritas en vez de a arroz integral y verduras, no entra por el aro para llegar a lo más alto. Cuando baila, Nomi se transforma, es una diosa. Si sobre el escenario es capaz de lamer una barra americana mientras se endurece los pezones ante las miradas lascivas; en la calle lo que chupetea es su anillo de caramelo, sin perder nunca la sonrisa. La película de Verhoeven acaba como empieza, con una moraleja: siempre hay una segunda oportunidad. Su película también la tuvo.
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