Zotal para espantar a inmigrantes sin techo

AUTORA INVITADA: LUZ BIBIANA PINEDA R.
No habla español, pero en inglés dice que se llama Santos, que viene de Gambia y que tiene 24 años. Todas las mañanas, desde que comenzó el verano, se sienta en la esquina de la calle Toledo con Latoneros y, con su brazo extendido y una sonrisa espléndida de hermosos dientes blancos, agradece cuando alguien le regala una moneda. Si consigue lo suficiente, paga un sitio en el cual descansar; cuando no, duerme en la calle. A veces, algunas manos solidarias además de unas monedas, le ofrecen algo de comida a lo que él corresponde con una sucesión de “gracias, gracias, gracias”, una de las pocas palabras que pronuncia en castellano.
A los pocos días de llegar a aquella esquina, misteriosamente el suelo y la pared sobre las que Santos posa su delgada humanidad comenzaron a teñirse de un color oscuro, con una sustancia densa y pegajosa cuyo olor nauseabundo se alcanza a percibir a media calle de distancia. Los primeros días pensé que era algún brebaje para evitar que los perros se mearan allí, pero para mi sorpresa con los días descubrí que la aparición de esa mancha tiene una intención menos noble. No creo que haya sido mi vena periodística la que me llevó a intentar averiguar quién y por qué motivo arrojaba algo tan apestoso en un lugar donde un ser humano intentaba sobrevivir sin molestar a nadie. No, no fue eso. Mis circunstancias de migración distan bastante de las de Santos, pero un pasaporte no me hace olvidar que soy inmigrante; por eso, cuando veo comportamientos tan agresivos con los sin papeles, no puedo apartar la mirada.
Así es que en mi intento por entender la situación, indagué por distintas vías y un vecino -el único que rompió su silencio y se atrevió a señalar al responsable de tal aberración, pero que aun así no piensa denunciar- me dijo que el repulsivo cóctel, entre otras cosas, es una mezcla de Zotal, agua fuerte y amoniaco. En su intento por defender lo que considera su territorio, un comerciante de ésta esquina, a quien la presencia de Santos no afecta en su labor comercial, pero que al parecer sí que resulta incómoda a su persona, riega todas las mañanas generosas dosis de dicho compuesto, algunas veces muy temprano antes de abrir su tienda y otras, alrededor de Santos cuando éste ya está sentado en el suelo.
Unos ponen visas. Otros disponen guardias. Hay quienes levantan muros. Otros tantos, tejen alambradas. Y hay algunos que con vallas pestilentes, como el vecino de la calle Toledo, intentan frenar la amenaza migratoria. Alquimistas post modernos como el caso de este ciudadano, desconocen lo que es el respeto a sus semejantes y, de paso, ignoran que a lo largo de la historia España ha sido una sociedad de emigrantes, sólo que antiguamente lo hicieron en carabelas, después en barcos y ahora en aviones, pero nunca atravesaron el mar en colchonetas hinchables y ahí, ahí es donde creen que está la diferencia.
No sé quién se cansará primero en esta lucha por territorio si el que agrede, o el ofendido y tampoco sé cuál será el resultado de ésta agresión, lo único que me queda claro es que la tolerancia es uno de esos valores que ha perdido importancia en un mundo donde al parecer, no cabemos todos.
LUZ BIBIANA PINEDA R. es periodista y pertenece a la Red de Mujeres de Latinoamérica y el Caribe en España
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