¿Vuelven las guerras de religiones?
En el imaginario sociocultural judeo-cristiano tenemos grabada la imagen del asesinato de Abel con una quijada de burro por Caín, quien, ante la pregunta de Dios "¿dónde está tu hermano?”, elude toda responsabilidad en la eliminación física su hermano. De entonces para acá la violencia es una constante en la historia de la humanidad, que se impone sobre la paz que todo ser humano anhela. Sucede, además, que, lejos de retroceder, va in crescendo. En la medida en que las sociedades más avanzan científica y técnicamente recuren a formas de violencia más sofisticadas y destructivas. El siglo XX, considerado el de mayor progreso de todos los tiempos, ha sido el más violento de la historia.
Ante esta situación nos preguntamos: ¿Son las religiones fuente de violencia o caminos de paz? ¿La violencia está en los genes de las religiones monoteístas o se trata de una patología a erradicar? El tema no puede ser más actual. Cuando creíamos que las guerras de religiones eran fenómenos del pasado y habían desaparecido las razones para provocarlas, han vuelto a resurgir con especial crudeza y radicalidad, están tiñendo de sangre no pocos de los escenarios geopolíticos del planeta, que llevan crespones negros por banderas, y destruyendo todo lo que encuentran a su paso, desde vidas humanas a manifestaciones culturales que son patrimonio de la humanidad.
Las guerras, a mi juicio falsamente religiosas, están provocando éxodos masivos de la población civil que desembocan en tragedias humanitarias como las del Mediterráneo, que sólo este año se ha cobrado más de 2.500 vidas humanas, la última la del niño sirio de tres año Aylan Kunrdi, ahogado en las costas turcas. Y todo ello ante la insensibilidad de Europa, que permite el libre acceso de los capitales para negocios bursátiles y cierra sus puertas a los inmigrantes y refugiados, que huyen del hambre y de la violencia terrorista.
Ante la falta de argumentos racionales para justificar dichas guerras, se apela a Dios –siempre con atributos masculinos y bélicos- y se mata en su nombre, convirtiéndolo en asesino. Lo expresaba con todo realismo el filósofo Martin Buber en un texto que hoy sigue conservando actualidad: “Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan manipulada…. Las generaciones humanas, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los seres humanos dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros y dicen: ‘lo hacemos en nombre de Dios’”.
Ante la falta de argumentos racionales, se apela a Dios y se mata en su nombre, convirtiéndolo en asesino
No es extraño, por ende, que Dios haya decidido darse de baja de todas las religiones, como expresaba un chiste, creo que de El Roto en EL PAÍS, con motivo de la guerra de Bush, Blair y Aznar contra Iraq. El retorno de las guerras por motivos religiosos lleva a pensar, equivocadamente en mi opinión, que estas son una constante en la humanidad, más aún, la ley de la historia de la que no podemos escapar. Si sí fuere, la humanidad se habría convertido ya en un coloso en llamas.
La violencia tiene muchos rostros y un sinnúmero de manifestaciones a cuál más dramáticas y destructivas del tejido de la vida y de la convivencia cívica. Una de las más extremas es la violencia de género, instrumento de poder y de dominación del patriarcado en la sociedad y en las religiones que, dada su extensión y sus motivaciones, desemboca en terrorismo patriarcal, al que responde el feminismo, una de las pocas revoluciones pacíficas de la historia, a través de la no-violencia activa desde un discurso y unas prácticas fundadas en la igual dignidad de los seres humanos. Violencia patriarcal hoy muy extendida entre los adolescentes y en los jóvenes, en el trabajo, en los conflictos armados, donde las mujeres se convierten en campo de batalla, y contra la infancia, una de las más persistentes y ocultas que colocan a los niños y niñas en una situación de total indefensión.
Pero la violencia y los conflictos bélicos son solo una cara de la realidad mundial y de las religiones. Hay otra más esperanzada y esperanzadora, más optimista y constructiva: las tradiciones y experiencias religiosas que trabajan por la paz fundada en la justicia, transitan por caminos de reconciliación como respuesta a los conflictos armados, fomentan espacios de diálogo y racionalidad frente a la irracionalidad de los fundamentalismos y participan en los procesos de paz entre contendientes en guerra.
Las dialéctica violencia-caminos de paz en las religiones es el tema del 35 Congreso de Teología que se celebrará en Madrid del 10 al 13 de septiembre, en el que reflexionarán en clave inter-disciplinar teólogos, teólogas y filósofas de distintas religiones, culturas y continentes, científicos sociales, activistas de movimientos pacifistas, víctimas de los diferentes terrorismos, etcétera. El Congreso de Teología hará un homenaje a dos de las figuras más relevantes del cristianismo liberador latinoamericano: Monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado hace 35 años, y Pedro Casaldàliga, obispo-poeta-profeta del Mato Grosso (Brasil), que, en un clima de violencia política, religiosa, racial, sexista, estructural y ecológica, trabajaron por la reconciliación, la justicia, la fraternidad-sororidad y el cuidado de la tierra siempre del lado de los “crucificados de la Tierra”.
Las dialéctica violencia-caminos de paz en las religiones se tratará en el 35 Congreso de Teología que se celebrará en Madrid
Juan José Tamayo es profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y secretario general de la Asociación Teológica Juan XXIII.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.