Los intocables y el Kala Azar
En India, cuando un dalit cae enfermo no suele recibir la atención sanitaria adecuada Sus vidas corren riesgo ante ante enfermedades mortales como el Kala Azar
Cuando a Lilawati Devi le salieron pequeñas manchas y bultitos en la piel nunca pensó que lo que le estaba pasando tenía que ver con la misma enfermedad que tuvo dos años antes, cuando fue diagnosticada de Kala Azar. “Pensé que se trataba de un problema en la piel sin importancia, pero cuando un equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) que se dedica a sensibilizar sobre el Kala Azar visitó Gopalgang, el pueblo en el que vivo, y me vio, me recomendó acudir aquí”, me cuenta Lilawati bajo la atenta mirada de su marido que está de pie junto a ella.
Mientras hablamos, Lilawati está tumbada en una cama en el hospital de Hajipur, en el Estado de Bihar, donde MSF abrió en 2007 un proyecto con 50 camas para tratar el Kala Azar y que a día de hoy es el centro de referencia para todos los pacientes del distrito de Vaishali y otros cercanos.
El Kala Azar, o leishmaniasis visceral, es una enfermedad tropical parasitaria que se transmite por la picadura de la mosca de la arena, una minúscula criatura, más pequeña incluso que un mosquito, que pica al atardecer y no hace ruido al volar. Cuando una persona se infecta, su sistema inmunológico se debilita y, si no recibe atención sanitaria, prácticamente con toda seguridad acabará muriendo. Sin embargo, con un diagnóstico y tratamiento temprano se evita la muerte, incluso en aquellos entornos con los recursos más limitados.
Se estima que cada año hay unos 500.000 nuevos casos en todo el mundo. En India, uno de los seis países más afectados, el Kala Azar se ensaña con las personas pertenecientes a las llamadas castas bajas del hinduismo, entre las que se encuentran los Musahares, una subcasta de los dalit, a quienes, peyorativamente, también se les llama parias.
Ser musahar es todavía peor, ya que esa palabra puede traducirse del hindi como “el que come ratas”. La pobreza generalizada en la que viven los musahares les ha llevado en ocasiones a consumir ratas como fuente de proteínas. Desde entonces arrastran ese estigma y, durante años se han visto privados del acceso a la educación o la sanidad.
La tasa de alfabetización entre los musahares es del 3%, pero desciende hasta el 1% cuando hablamos de mujeres. Lilawati no sabe leer ni escribir y, cuando le pedimos autorización para recoger su historia, firma con su huella dactilar en el papel que le entregamos. “Nunca fui a la escuela”, me dice mientras se encoge de hombros.
“Tuve Kala Azar hace ya dos años”, me cuenta Lilawati. “Estuve muy enferma. Acudimos a un médico privado al que pagamos más de 50.000 rupias (casi 700 euros) por el tratamiento. No sabíamos que Médicos Sin Fronteras lo daba gratis. Mi marido es agricultor, tenemos cinco hijos y reunir todo ese dinero fue muy complicado. Tuvimos que pedírselo prestado a algunos vecinos y estuvimos endeudados durante mucho tiempo”.
“Lo que Lilawati tiene ahora es una complicación derivada del Kala Azar. Se conoce como dermatosis post Kala Azar (PKDL por sus siglas en inglés) y puede aparecer entre seis meses y tres años después de padecer la enfermedad en su estado primario. No es un riesgo para su salud, ni tampoco es doloroso, pero las lesiones que tiene en la piel son un reservorio del parásito. Si no se trata, la mosca de arena puede seguir picando a estas personas e infectando a otras con mayor facilidad”, me explica el Dr. Deepak Kumar mientras me enseña dibujos y muestras del parásito.
La dermatosis post Kala Azar puede aparecer entre seis meses y tres años después de padecer la enfermedad
Lilawati viste un sari rosa y tiene un bindi o tilak rojo colocado en la frente. Cuando le pregunto que por qué lo lleva me dice que además de ser un elemento de adorno, el punto donde se coloca el bindi corresponde al sexto chakra, el tercer ojo, que al presionarlo o abrirlo facilita la telepatía, la clarividencia y la intuición. Hoy le están dando la sexta y última dosis del tratamiento y los resultados son notables. Le han dicho que pronto podrá volver a su casa, así que se la ve contenta.
El sistema de castas de la India está basado en las creencias hinduistas tradicionales que defiende la idea de que cada persona nace a partir de una de las diferentes partes del cuerpo del dios Purusha; y puede ser la boca, los hombros, la cadera o los pies. La casta en la que nace una persona definirá su estatus social durante toda su vida, determinando por ejemplo con quien puede casarse o qué profesiones podrá realizar.
Los muhares, que representan un alto porcentaje de la población del Estado de Bihar, ni siquiera aparecen en esta división; están aún un peldaño por debajo de la casta más baja que es aquella que nace de los pies del dios. Se les considera "intocables", lo que en el firme y opresor sistema de castas hinduista significa que son demasiado impuros y contaminados para que se le considere seres dignos e incluso se les pueda rozar.
Por eso, tratar el Kala Azar en esta región implica hacer visibles, a nivel sanitario, a estas personas a las que nadie ve, cuya vida está condenada por los prejuicios sociales que soportan, especialmente en las regiones rurales, y que además son las zonas más afectadas por esta enfermedad.
“Una de las cosas que agradezco a Médicos Sin Fronteras es que lograra hacernos ver a mí y a otros profesionales sanitarios que toda esta gente también tiene derecho a ser tratada. Al principio, reconozco que para muchos de nosotros también resultaba difícil acercarnos a determinados pacientes”, me cuenta el Dr. Deepak Kumar. “Los expatriados de Médicos Sin Fronteras nos explicaron muy claramente que aquí no se iba a permitir que se hicieran discriminaciones de ningún tipo y que todo el mundo tenía derecho a recibir una atención médica en condiciones. Y hoy en día me siento muy orgulloso de haber comprendido que aquí cada pacientes es, antes de nada, un persona, que todos tienen los mismos derechos”.
Irene Núñez Cid es colaboradora de Médicos Sin Fronteras que visitó varios proyectos de la ONG en India en mayo de 2015. Este es el tercer relato de una serie de tres sobre la enfermedad kala azar y el trabajo para combatirla en aquel país.
Este post forma parte del Concurso de Post Solidarios que la Fundación Mutua Madrileña ha puesto en marcha con motivo de los III Premios al Voluntariado Universitario.
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