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Migrados
Coordinado por Lola Hierro

Vacaciones para disfrutar

Niño en el barrio/ CC. Gratisography

Durante los veranos de todos los años los niños tienen vacaciones, tiempo que muchos esperan pasar con sus amigos y familiares. Pero, dado que las vacaciones académicas (de los niños) son más largas que las laborales (de los padres), los hijos se convierten en una gran preocupación. ¿Quién se ocupará de ellos? ¿Quién los vigilará? ¿Cómo vamos a organizarnos?

En algunos hogares, el progenitor que se encuentra sin empleo o en casa es el que se encarga del cuidado y la vigilancia de los niños. En los que no hay ningún padre o madre en casa, se busca una forma de mantener a los menores cuidados, ocupados y alimentados. La opción a la que recurre la mayoría de las personas es llevarlos a una escuela de verano.

Las escuelas de verano se caracterizan por dos cosas: son óptimas para el periodo vacacional de los niños y son caras. Este último rasgo las hace inaccesibles para algunas personas, en especial, la población migrante.

En mi pueblo, Llíria, como cada verano,la gente compite para acceder a las escuelas de veranomunicipales. Esta competencia provoca que mucha gente sin recursos tenga que acudir a la oferta del sector privado.Las escuelas privadas suelen tener un precio que oscila entre los 40 euros semanales (el más bajo) y los 200 euros semanales (el más caro).

Como suele pasar en la mayoría de localidades, los servicios gratuitos no suelen tener una difusión muy trabajada. Por lo tanto, la población migrante, ante la falta de información, se queda sin servicio de atención y cuidado de sus hijos.

Lliria es un pueblo de un total de 23.993 personas, de las cuales 3.310 son inmigrantes. De estos inmigrantes, 1.039 son comunitarios, mientras que 2.271 extracomunitarios.

La población marroquí es, después de la rumana, la más numerosa del municipio con un total de 530 personas. A pesar de su numerosidad, no hay ninguna asociación o servicio para la atención de las necesidades de este colectivo.

A principios de este verano, un compañero y yo decidimos organizar algo una vez vistas las necesidades:

No nos interesaba explotar económicamente el proyecto, sólo buscábamos crear algo de lo que estar orgullosos nosotros y los niños. Decidimos organizar una escuela de verano. Le pusimos una cuota mensual de 10 euros para cubrir gastos de tinta, material deportivo y comida.

Como era la primera vez que organizábamos algo de estas características, decidimos que fuera algo informal y dirigido única y especialmente a la infancia magrebí.

Pese al atractivo del proyecto y el buen recibimiento que tuvo por parte de muchos, apenas conseguimos apuntar a unos 15 niños.A esto se le sumó la ausencia de mi compañero por motivos personales. Así que estaba yo con 15 niños al frente, cada uno de una edad y queriendo estudiar o repasar una asignatura.

Como la edad ni el tiempo ayudaban, decidí formar dos grupos de edades: menores de 12 años y mayores de 12 años. Decidí también que las asignaturas a estudiar fueran castellano e inglés ya que eran dos en las que más flojeaban los chicos en sus expedientes académicos.

Durante el mes de julio tuvimos clases de lunes a viernes y, una vez cada dos semanas, hacíamos una excursión a un parque municipal muy conocido a las afueras del pueblo. El ultimo dia de cada mes, hicimos una merienda de convivencia con todos los niños.

Julio fue dedicado al refuerzo escolar, agosto al ocio. Agosto lo dedicamos a que los niños disfrutaran de su tiempo libre antes de retomar las clases. Es extraño, pero muchos padres han sacado a sus hijos de la escuela al saber que íbamos a dedicarnos a actividades recreativas.

Durante estos meses me he dado cuenta de lo poco que se necesita para alegrar a los niños. Lo poco que se necesita para cambiar las cosas, para cambiar nuestra realidad. Solo se necesita un empujoncito para dar el primer paso y luego todo fluye como el agua.

Quizá los padres aun no han tenido la oportunidad de ver lo que disfrutan sus hijos en las clases pero los niños están ansiosos por seguir haciendo cosas y me dicen y repiten que haga una escuela durante el invierno para “ir de excursiones, ir al pabellón y merendar juntos”.

Los niños necesitan divertirse, disfrutar de las vacaciones, rodearse de otros niños, alejarse de espacios conflictivos o nocivos… necesitan espacio y tiempo para ellos.

Los adultos tenemos la costumbre de pensar por los niños, de llevarlos a hacer lo correcto. Pero lo correcto no siempre es lo que desean. Esta actitud en los migrantes es más visible y remarcada dado que los padres intentan alejar a los niños de las malas influencias, aquellas que los alejen de su cultura de origen. Piensan y hablan por ellos, pensamos y hablamos por ellos. Dejémosles ser niños, dejémosles disfrutar, dejémosles vivir.

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