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Guía de temas de conversación a evitar en un ascensor

Las redes sociales, el último escándalo político o la serie de moda. Le mostramos como salir al paso de cualquier charla entre pisos

Daniel García López
Una escena en un ascensor de la película 'El apartamento'.
Una escena en un ascensor de la película 'El apartamento'.

Gracias a que todo el mundo sabe lo que hace cada uno en cada momento, obra y gracia de Facebook e Instagram, ese tema de conversación tan temido en las oficinas que son las vacaciones se ha convertido en un intercambio mucho más liviano (tipo: "Vaya fotos maravillosas subiste de Ibiza, qué vacaciones te has pegado", ante lo que la otra persona asiente, ufana y feliz de no tener que dar muchos detalles porque ese trabajo ya lo hizo vía 3G). Mientras esperamos a que las redes sociales o la evolución de las especies nos libren de todas las conversaciones prescindibles que acechan cada vez que uno entra en un ascensor, hemos identificado algunas de las más aburridas para que pueda salir del paso:

Madrid vs. Barcelona

Entre los tópicos, no se suele decir que puedes pasar un verano en Barcelona y no ver ni a un catalán

Una es más bonita, pero la otra es más divertida; la gente es más acogedora en la capital, pero en Barcelona hay mar. No se suele mencionar que puedes pasar un verano en la Ciudad Condal y no cruzarte con un solo catalán por culpa de las masas de suecos de Erasmus, turistas italianos, coreanos con bolsas de Santa Eulalia y/u hombres musculados de todas las nacionalidades con gusto por los parques acuáticos (de todas formas, para cuando llega el Circuit, toda Barcelona está en las Baleares). Del mismo modo, tampoco se hace alusión a que el último de esos encantadores, sucísimos bares de viejos por los que Madrid es justamente célebre, probablemente eche el cierre en 2016 gracias a la política municipal. Si su interlocutor no se quiere encender con ninguno de estos dos entretenidos debates y prefiere los lugares comunes que señalamos al principio, tiene dos opciones antes de bostezar y quedar como un maleducado: comentarle lo bien que está San Sebastián en esta época del año o fingir que le llaman por teléfono.

Las series

Uno no confía en cualquiera para que le recomiende películas, ¿verdad? Pues que un semidesconocido amenace con explicarle que no ha dormido porque está "enganchadísimo" y se tragó "cinco capítulos de una sentada" es todavía peor. Las series obligan a invertir demasiado tiempo como para que nos estén recomendando tonterías. Además, el ritmo vertiginoso de las tendencias televisivas hace muy difícil que alguien sepa bien si tal spin off es "una obra maestra, mil veces mejor que la original", o si por el contrario se trata de un producto "previsible y mediocre", indigno de las nobles columnas de la HBO. Eso, sobre lo último en Yomvi. Respecto a las series consagradas (Los Soprano, Breaking bad, True detective), es como hablar sobre arte con mayúsculas: a nadie le interesa lo que el otro piense sobre el Cubismo, puesto que la última vez que leyó sobre ello probablemente tenía 15 años; en cambio, si realmente entiende del asunto y piensa algo que merezca ser escuchado, entonces tendrán que quedar para hablar muy seriamente, pero eso ya no será una conversación de ascensor. ¿Solución? En vez de decir que no ve la tele, que no se lo cree nadie, elogie algo del aspecto o la indumentaria de su compañero de trayecto y saldrá del trance como un señor.

El brunch

Entrar en detalles sobre el brunch implica abundar en prolijas consideraciones de índole gourmet

Está muy de moda hablar de ello, pero tenemos tan poca experiencia en esta comida de importación norteamericana, y hay tantos restaurantes que la ofrecen de un tiempo a esta parte, que es imposible descifrar qué querrá decir ese compañero de trabajo cuando afirma que tal brunch "está genial". Antes, cuando las opciones consistían en quedar para comer o cenar o para el aperitivo (lo de verse para el desayuno no suena muy de aquí), los códigos estaban más claros: "Los entrantes bien, los segundos psé", o "tiran muy bien las cañas y la tortilla está rica, pero no pidas vino". Entrar en detalles sobre el brunch implica abundar en prolijas consideraciones de índole gourmet: el menú es americano pero, ¿es francés el croissant? ¿Y es industrial o tienen obrador? Por no hablar de las sutilezas del bloody mary, si las mimosas son con zumo natural o qué tal la salsa holandesa de los huevos benedict. Es una conversación sin futuro, además: una vez empiezas a obtener respuestas, se abre la puerta del ascensor y solo habrás quedado o como un paleto o como un pedante, que es todavía peor. Pruebe a escaparse preguntándole a su compañero cómo hace la tortilla de patata, que le dará información más útil (o, al menos, exacta).

Apolítica

Todos lo hemos oído, o incluso dicho alguna vez: "Me da igual quienes gobiernen si son honrados". Y después: "Tiene usted razón, son unos chorizos". Lo primero se llama falta de escrúpulos y no es muy prudente confesárselo a nadie (se pueden cometer atrocidades amparadas por la ley), y lo segundo, pues hombre: por mucho que sea verdad, no puede uno hablar como si fuera un personaje de Amar en tiempos revueltos. Llegados a este nivel de convencionalismo, es mucho más interesante intentar cambiar el foco de la conversación a algo útil como lo difícil que es votar por correo, o contar una anécdota divertida sobre esas familias donde el padre le da a cada uno el sobre cerrado. No saltarán chispas de química entre ustedes, pero peor es oírse a uno mismo soltar perlas como "qué horror ver el periódico cada día" a un semidesconocido.

Las redes sociales

Intente explicar de forma conciliadora que toda comunicación online no es "airear intimidades" o que, de todas formas, la intimidad en 2015 no tiene nada que ver con la de 1980

Partiendo de que en la actualidad las redes sociales son, por suerte o por desgracia, una forma más de ccomunicación y que usar Google Maps con el móvil hace mucho menos por la privacidad de uno que poner una canción en el muro de Facebook, hay una frase ante la que es mejor hacerse el agobiado, mirar el reloj con angustia e inventarse una urgencia (a no ser que usted esté de acuerdo): "No sé qué interés tiene la gente en poner su vida privada a la vista de todo el mundo". Intente explicar de forma conciliadora que toda comunicación online no es "airear intimidades" o que, de todas formas, la intimidad en 2015 no tiene nada que ver con la de 1980, etcétera, y no solo habrá agotado el tiempo del trayecto en el ascensor, sino que probablemente se haya bajado en la planta de su interlocutor y lo esté aleccionando en su propia mesa. Y total, para nada, porque este tipo de personas suele estar muy en desacuerdo con el mundo actual en general y son precisamente sus argumentos lo que NO les convencen.

Dicho esto, cualquier anécdota con nombres y apellidos relacionada con las redes sociales es bienvenida. Es el mejor tema de conversación posible en estos casos: siempre es actual, no hace falta empatizar, la capacidad de comentar es ilimitada y se puede interrumpir en cualquier momento, porque como sabe cualquier nativo digital, como la comunicación hoy es fragmentada, da igual en qué planta se interrumpa el debate. Además, ¿por qué, si no es para provocar esos interesantes comentarios de amigos y conocidos, íbamos a invertir un ratito al día en subir fotos de tostadas con aguacate o poéticas camas deshechas con la luz de la mañana, mientras pensamos en un comentario ingenioso sobre la noticia del día? ¿No?

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Sobre la firma

Daniel García López
Es director de ICON, la revista masculina de EL PAÍS, e ICON Design, el suplemento de decoración, arte y arquitectura. Está especializado en cultura, moda y estilo de vida. Forma parte de EL PAÍS desde 2013. Antes, trabajó en Vanidad y Vanity Fair, y publicó en Elle, Marie Claire y El País Semanal. Es autor de la colección ‘Mitos de la moda’.

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