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Tentaciones

Lo más de lo más en Marina Dor

Si tienen pensado ir a Marina d'Or a vivir una experiencia inolvidable les vamos a dar unos cuantos consejos prácticos

La ciudad de vacaciones Marina d'Or en 2012.
La ciudad de vacaciones Marina d'Or en 2012.Ángel Sánchez

Jueves. Primera hora de la mañana. Bueno, de acuerdo, tampoco tan primera que no tenemos que ir a fichar a ningún sitio. El calor continúa haciendo sus estragos, el sudor se acumula en la base de la cabeza -—¿para esto son esos moñitos que os hacéis tan ridículos?— y el café tarda tanto en subir que estamos a punto de comernos los posos a cucharadas.

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Hoy tenemos una importante misión. Después de haber estado en Boston asistiendo a la presentación de unas zapatillas y siendo expulsados estrepitosamente de un bar por darle un sorbo de cerveza a una amiga que no tenía pasaporte —en Tentaciones estamos ya a punto de caer en la Ley Mordaza—, hemos decidido continuar nuestro periplo por los puntos calientes del turismo mundial con todo un referente patrio. El lugar de vacaciones más machacado en televisión, la promesa de diversión más etérea de nuestro país, el mito, la leyenda, el 'paraíso de los niños', signifique esto lo que signifique. Sí, hemos cogido los bártulos y nos hemos ido a Marina d'Or. ¿Qué guay?

Ni rastro de Anne Igartiburu

Si tienen pensado ir a Marina d'Or a vivir una experiencia inolvidable —ya verán por qué— les vamos a dar unos cuantos consejos prácticos. Primero, vayan en coche. Sí, siempre en coche, lo van a necesitar si quieren aprovechar el viaje. Segundo, les engañarán diciendo que Marina d'Or se encuentra situada en Oropesa del mar, célebre localidad castellonense donde José María Aznar pasaba sus vacaciones cuando todavía no tenía abdominales y sí el título de Presidente del Gobierno—realmente, los Aznar las pasaban en una urbanización más cercana a Benicasim que otra cosa—. De acuerdo, puede que geográficamente sea así, pero si se les ocurre adentrarse en Oropesa buscando su destino vacacional, no habrá forma humana de encontrarlo. Todavía hay gente perdida dando vueltas a rotondas decoradas con piezas de cerámica. No sean insensatos. La forma más fácil de llegar a Marina d'Or es entrando por el culo. ¿Perdón? Sí, por el culo de Marina d'Or...

Tras dejar Oropesa a un lado continuamos con nuestro caluroso vehículo —escuchando la lista de spotify de Tamara Falcó— dirección Torre la sal. Tras pasar por caminos polvorientos y rotondas desérticas llegaremos a una enorme escultura en forma de emoji de caca pero plateada. Es la señal. Hemos llegado. A partir de este momento nos espera un día repleto de diversión, playas, atracciones turísticas, piscinas olímpicas, balnearios, hoteles de cinco estrellas y sí, ¡Anne Igartiburu! O bueno, en su defecto, Julio Iglesias Jr. y su mujer, que no es lo mismo, pero nos vale como reclamo turístico. ¡Qué ganas de verles por la calle departiendo con los lugareños! Y es que, si algo hemos aprendido durante todos estos años de campaña publicitaria, es que los rostros televisivos pasean como uno más por las instalaciones y disfrutan de sus kilométricas playas de arena blanca con grandes y blanquísimas sonrisas. ¿Quién no puede querer unas vacaciones así?

Tal como aparcamos el coche preguntamos por Anne Igartiburu en la terraza de una cafetería que anuncia chocolate con churros hasta las 12 del mediodía —la temperatura ambiental debe rondar los 35º con un 90 % de humedad—. Nos miran raro y tras insistir un poco nos dicen que de Anne ni rastro. Primer bajón del viaje. A nuestro alrededor, decenas de torres de apartamentos se abren paso entre larguísimas calles idénticas, con una jardinería perfectamente cuidada —entre el calor y la extensión, la inversión en mantenimiento de plantas y césped debe ser considerable— y extrañas piezas con formas incomprensibles decoradas, cómo no, con trocitos de cerámica. Que se note que estamos en la provincia reina de la cerámica y la que más ha sufrido la crisis por este mismo motivo. Nada de tráfico, poca gente por la calle y ningún comercio a la vista. La intención está clara. Aquí se viene a la playa y ya vale de rechistar que acabamos de llegar.

Si esto es la Feria de Sevilla, póngame dos de rebujito

Con nuestro estilismo más playero, dentro de las normas básicas de decoro que no estamos dispuestos a renunciar, emprendemos nuestro primer paseo por Marina d'Or. Deducimos que el centro neurálgico de todo el asunto debe situarse entre los hoteles y el balneario, así que allí que nos vamos. Encontramos a nuestra derecha un minicentro comercial sin demasiada actividad decorado con motivos de países europeos, desde la Torre Eiffel al Big Ben, todos de cartón-piedra vencido por el sol. Chanclas, bañadores, juguetes y un par de estanterías con libros. Todavía hay esperanza. Nos contentamos con un par de botellas de agua. Una para beber y otra para echárnosla encima. Uno no llega hasta Marina d'Or para no marcar pezones. Para eso nos hubiésemos quedado en casa.

Deben saber que la publicidad de Marina d'Or no miente cuando habla del paraíso de los niños. No sabemos si se le puede considerar un paraíso —tampoco vamos a exagerar—, pero de niños no se van a cansar. Visto que, posiblemente, el modelo turístico al que aspiraba no ha funcionado —en el imaginario marinaliber podían verse aviones repletos de ingleses con ganas de gastar llegando al aeropuerto de Castellón y trasladándose al complejo turístico en masa; un sueño que jamás fue realidad—, Marina d'Or ha focalizado toda su atención en los niños. Todo está pensado para niños y sufridos padres. Un trenecito que recorre las instalaciones —¿para qué?—, una minicabalgata nocturna —¿para qué?—, un parque acuático, un par de jugueterías, heladerías por doquier. ¡Si hasta las tiendas de ropa son exclusivamente para niños! Eso ya les hace una idea del público que van a encontrar. Familias de diversa edad, parejas con bebés y algún que otro grupito de jóvenes despistados. Pueden dejar el Tinder en casa.

Con la gota de sudor ya cayendo llegamos a la calle principal. Esto sí es Marina d'Or. Flanqueados por los hoteles de tres, cuatro y cinco estrellas, observamos una serie de pórticos con luces que nos recuerdan a la Feria de Abril, a las calles iluminadas de las Fallas. Buscamos, rápidamente, un sitio donde pedir unos rebujitos pero nada. Terrazas de inspiración ibicenca, césped artificial, cócteles y un chico muy guapo limpiando a diestro y siniestro. Pasamos de las pistas de tennis donde de celebró la Copa Davis y del jardín con ríos artificiales y llegamos, por fin, a la playa. Tanto nos hemos emocionado que ya no llevamos ni camiseta. Corremos hacia el mar como alma que lleva el diablo dispuestos a plantar la sombrilla y zam... ¿Perdón? Los veinte metros de arena, en pendiente, están tan copados que la gente acampa en el césped de alrededor. Nuestro gozo en un pozo. Aun así, abandonamos nuestros enseres y corremos a bañarnos. Eso no nos lo quita nadie, aunque tengamos que pasar por siete filas de toallas sin pisar ningún tupper con lomo con tomate.

No sean rácanos y rásquense el bolsillo

Si han sido capaces de llegar hasta aquí, déjense de remilgos y comiencen a hurgar en sus bolsos. No pueden marcharse de Marina d'Or sin asistir a lo mejor del complejo. Entren en el balneario y aprovechen las horas de menor afluencia para darse una vuelta por sus piscinas —si viajan fuera de temporada se encontrarán con mil y una excursiones del Imserso, ténganlo en cuenta—. Encontrarán lo típico. Agua fría, agua caliente, cascadas, piscinas con pomelos —sí, flotando— y las terrazas exteriores, con jacuzzis para conquistar y no moverse de allí y unas vistas más que aceptables —mejores son las que podrán encontrar en las terrazas de la cafetería y el restaurante, pero allí no estarán a remojo—. Cuando conseguimos mitigar los calores infernales de la calle nos damos cuenta que tenemos un hambre atroz. ¿Y ahora qué? ¿Una de las decenas de cafeterías que ofrecen mariscada a 18 euros? ¿Unas tapas de las que podríamos comer en cualquier lugar del mundo? Miren, no, si estamos de vacaciones, estamos de vacaciones. Ya saben que en Madrid pueden comer con menos de 30 euros, pero esto es levante. Nos recomponemos, en la medida de lo posible, y subimos al restaurante bufet cinco estrellas dispuestos a amortizar el precio y comérnoslo todo. Bueno, todo, todo, no, que ya hemos llegado tarde a la operación bikini. Tampoco esperen nada del otro mundo. Esto no es el Celler de Can Roca.

Rematamos el día entregándonos a la cerveza sin mesura —menos el que conduce, claro—, sudando como si no hubiese un mañana y esperando a que se haga de noche para ver el encendido de la calle —en el resto del complejo no esperen encontrar ningún tipo de actividad—. Tenemos tantas ganas que, por un momento, nos creemos en el Rocío y nos encaramamos al jardín para hacer el salto de la verja. Menos mal que recobramos la cordura antes de que sea demasiado tarde. Una explosión de neones nos indica que ya lo hemos visto todo. Si tienen más aspiraciones que tostarse al sol y luchar por dos brazas de piscina, no les queda nada por hacer en Marina d'Or. Con las mismas, ponemos rumbo al coche y damos por clausurada nuestra aventura de hoy. Nos quedamos sin pisar el Music Street, donde se alojan las cuatro discotecas del lugar, y sin encontrar el único supermercado en kilómetros a la redond —a y eso que antes no había—. Y de Anne Igartiburu ni hablamos. Marina d'Or no es Boston pero podría serlo. ¿Próxima parada? ¿Torremolinos? ¿Benidorm? ¿Zahara de los atunes? Ojalá una encuesta en twitter para elegirlo. ¡Democracia real ya!

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