Abrir los ojos
Las muertes en el Eurotúnel certifican la falta de una política migratoria común
Las inmensas fachadas marítimas de Europa y los miles de kilómetros de fronteras terrestres con países más pobres y conflictivos permiten a los Estados de la UE limitar la inmigración clandestina, pero no cortarla. Un ejemplo de esta crisis es lo que sucede en la embocadura francesa del túnel ferroviario bajo el Canal de la Mancha, donde a diario chocan la miseria y la alta tecnología. En dos meses han muerto nueve personas golpeadas o electrocutadas cuando pretendían alcanzar territorio británico desde Francia. El último fallecimiento se produjo en la madrugada del miércoles, cuando un sudanés resultó aplastado por el camión al que trataba de subirse.
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Por repetidos que sean estos sucesos, el más reciente ha causado un impacto mayor porque ocurrió en medio de las invasiones cotidianas que se producen del túnel ferroviario. Ayer mismo, un egipcio se electrocutó en París cuando saltaba de tren en tren tratando de acceder clandestinamente a uno que le llevara a Londres. No les importa enfrentarse a la muerte, lo mismo que las numerosas personas que se ahogan en el Mediterráneo tratando de llegar a Grecia o Italia.
Las guerras que se desarrollan en las proximidades de Europa (Irak, Siria, Libia, Sudán) convierten el sur del Mediterráneo y Oriente Próximo en ollas a presión de las que huyen multitudes en busca de refugio. Estas oleadas desquician el juego político y se han convertido en elemento importante de los procesos electorales en numerosos países. Ajenos al hecho de que una población tan envejecida como la europea necesita savia nueva, los partidos antiinmigración lo aprovechan para denunciar una Europa que cambia demasiado rápido, se globaliza en su interior y se expone a que los extranjeros consuman demasiados recursos.
Por eso, las corrientes centrales de las democracias tienen que caminar en otra dirección. Deben mutualizar la política de inmigración y asilo, abrir los ojos a sus conciudadanos y disponerse a afrontar los costes —sin duda elevados— de dar una solución creíble a un problema de grandes dimensiones. Lo que los europeístas no pueden hacer es dejar que cada uno de los países más directamente afectados se las componga como pueda. El Gobierno de Cameron, a la cabeza de uno de los Estados más reticentes al compromiso europeo, necesita sin ninguna duda la colaboración francesa —y europea en general— para controlar las consecuencias de una situación que sirve a su derecha populista.
La acogida de inmigrantes y el asilo de refugiados están vinculados al ADN europeo. Esto se puede romper si las familias políticas que han construido Europa cometieran el error de aceptar la deriva hacia un sistema con más autoritarismo. Erizar Europa de fronteras internas, muros, vallas y músculo policial equivale a cerrar los ojos a la dimensión de un problema que supera estas presuntas soluciones.
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