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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Las últimas selvas

Ángeles Jurado

El guía pasa la mano suavemente por un tronco portentoso, sonrosado y cubierto de líquenes por zonas, mirándolo con afecto. "Me gusta especialmente este árbol", dice. "Se llama makoré". Y explica que el hermoso gigante necesita de los elefantes para perpetuarse: la cáscara de su fruta es tan dura, que sólo el tracto digestivo de un paquidermo logra ablandarla y posibilita la germinación entre las heces y la tierra. El makoré es un árbol raro, precioso, pariente del karité y el cacao y que crece, sobre todo, en Costa de Marfil. "Sin elefantes no puede existir este árbol", apunta el guía filosóficamente, antes de hablar de la interdependencia entre todas las especies, el efecto mariposa, la cadena de la vida.

Escuchamos a Prudence Aka y estamos en Banco, una reserva natural que se sitúa en la misma capital económica de Costa de Marfil, Abiyán. No llega a las 3.500 hectáreas, pero es un auténtico pulmón verde para la ciudad y también ejerce de acuífero y hasta de refugio de genios, de ceremonias animistas y de danzas tradicionales. En el pasado, su reputación se vio enturbiada por la presencia de criminales y bandas armadas, los secuestros, el consumo y tráfico de drogas y otras desgracias. En parte, debido a su situación junto a la MACA, el penal abiyanés, protagonista de fugas ocasionales. Hoy se tumba bucólicamente bajo el cielo nuboso de Abiyán, mostrando sus tesoros a los turistas, al tiempo que absorbe carbono y contaminación y genera precioso oxígeno.

Costa de Marfil no puede competir con Kenia o Botsuana en lo que a vida salvaje se refiere: no hay sabanas, ni cráteres misteriosos, ni rebaños enzarzados en migraciones homéricas. La mayor parte de los dos millones de hectáreas de selva protegida que quedan en el país se reparten entre Comoé y Thaï, dos reservas arrimadas a las orillas este y oeste del país respectivamente. En Thaï, Disney grabó un docudrama sobre la epopeya de un pequeño chimpancé, Óscar, adoptado por un congénere mayor tras perderse de su grupo. Ambas reservas se pueden visitar, pero sus márgenes se sitúan cerca de las fronteras ghanesa y liberiana, donde persisten tanto la posibilidad de tropezarse con cazadores furtivos como la presencia de algún grupo de ex combatientes que no han dejado las armas.

Según la leyenda popular, Banco viene a ser el nombre deformado de un genio. Ejerce de reserva forestal desde 1926 gracias a los colonos franceses y se convirtió en el primer parque nacional del país en el año 1953, apenas 7 años antes de la independencia. Sólo un tercio de la reserva actual es selva primaria, tras sobrevivir a experimentos silvícolas y explotación maderera. El gobernador Reste, francés y naturalista en los años 30 del siglo pasado, creó en su seno un arboretum en el que plantó, al estilo del bosque de Boulogne, ejemplares de 700 especies vegetales, de las que 47 son exóticas. En la actualidad, acoge insectos, reptiles, anfibios, aves y primates, entre los que hay que hacer una mención especial a unos pocos chimpancés. También ejerce de hogar de 626 especies vegetales, de las que 26 son raras en África occidental. Tiene un pequeño centro de interpretación en el que Prudence Aka juega con los visitantes a adivinar a qué animal pertenecen las huellas marcadas sobre moldes de yeso y se realiza una importante labor pedagógica y de sensibilización sobre el conservacionismo y el medio ambiente. También tiene una escuela agrícola y visitas guiadas.

El paseo entre los árboles de Banco hace pensar en los tiempos en que Costa de Marfil era pura selva. Hay pocos senderos practicables, apenas 20 de 40 kilómetros rehabilitados para abarcar su inmensidad, y la señalización -en la que destacan las citas del padre de la independencia del país, Félix Houphouët-Boigny- no favorece tampoco el paseo. Reina una quietud que se ve rota por el correteo de arañas y las acrobacias de ranas diminutas entre la hojarasca y el canto de pájaros que los occidentales no conocemos. Uno podría dormirse a la vera de uno de sus troncos, descuidadamente, sin recordar que aquí hay pitones y mambas negras y verdes, por no hablar de genios y misterios. Da la impresión de cierto abandono, a pocos pasos del lugar donde los fanicos se emplean a fondo en sus coladas y se desarrollan ceremonias animistas. Sin embargo, Banco se ve alterado por la organización frecuente de pruebas deportivas y el trasiego de las clases de la escuela forestal, que cierra en verano.

Houphouët-Boigny dijo, en su momento, que el hombre ha llegado a la luna, pero no sabe fabricar un flamboyán o un canto de pájaro y votó por proteger al país de errores irreparables de los que pájaros y árboles pudieran arrepentirse en el futuro. En la década comprendida entre 1977 y 1987, precisamente en los tiempos en que él dirigía Costa de Marfil, el país perdió el 42% de su masa forestal. Hoy la deforestación continúa por la presión de los pequeños agricultores que quieren conseguir tierra cultivable y de las madereras. La presencia de camiones cargados con troncos enormes es constante en las carreteras de todo el país y su trashumancia se refleja en los huecos cada vez más visibles que se dibujan en la fisonomía de un bosque que desaparece.

Entre las veredas y troncos de Banco, por desgracia, no se puede disfrutar de la presencia de ningún elefante, símbolo de Costa de Marfil. Todo hace presagiar que los makoré de Banco van a pudrirse y derrumbarse dentro de varias décadas, estoicamente y sin descendencia.

Más información:

PARC NATIONAL DU BANCO

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Sobre la firma

Ángeles Jurado
Escritora y periodista, parte del equipo de comunicación de Casa África. Coordinadora de 'Doce relatos urbanos', traduce autores africanos (cuentos de Nii Ayikwei Parkes y Edwige Dro y la novela Camarada Papá, de Armand Gauz, con Pedro Suárez) y prologa novelas de autoras africanas (Amanecía, de Fatou Keita, y Nubes de lluvia, de Bessie Head).

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