La mano en la boca
La evolución de la sociedad hacia el secretismo ha ido en aumento, tanto que a veces todos parecen espías
Desde que se ha puesto de moda taparse la boca con la mano para hablar parece que todo el mundo tiene muchos secretos que esconder. Futbolistas, políticos, entrenadores de cualquier deporte, conferenciantes en medio de su conferencia, hasta los camareros detrás de la barra han tomado la costumbre (bastante fea, por cierto: a mi me enseñaron de niño que decirse secretos al oído delante de otras personas es de mala educación) de taparse la boca con la mano para hablar con los de al lado impidiendo de esa manera que los que estamos mirándolos podamos conocer qué es lo que dicen. Como si todos fuéramos sordos y capaces de leer en los labios de los demás, incluso a través de la pantalla de la televisión, y, sobre todo, como si lo que están diciendo fuera importantísimo.
El problema es que luego te enteras de lo que dicen y la mayor parte de las veces no tiene ningún interés; a lo mejor es porque lo interesante se lo guardan para ellos y para nosotros dejan lo más superfluo. Nada hay más aburrido que una rueda de prensa, salvo excepciones, nada más intrascendente y vacuo, tanto que los periodistas a veces ya ni acuden a ellas (y a veces ni los intervinientes, como Mariano Rajoy, que, en vez de comparecer, se aparece, como la Virgen a los pastores, a través de pantallas de plasma) y esperan a que terminen para preguntarles lo que les hurtaron, esto es, lo que ocultaron con la mano izquierda, que fue siempre la mano metafórica de la que ahora tapa la boca de las personas cuando quieren que no se sepa lo que verdaderamente piensan. Aunque, a veces, un descuido les haga cometer una torpeza y le digan a un micrófono encendido, como les ha sucedido a algunos, lo que de ninguna manera habrían querido que se supiera.
En las dictaduras la autocensura la impone siempre el poder, que obliga a la gente a hablar a escondidas cuando lo hace de algo prohibido, pero en las democracias se suponía que todo está permitido y que la libertad de expresión ampara cualquier idea. ¿De dónde viene, entonces, ese temor a que sepa lo que decimos, lo que pensamos y hasta lo que no pensamos? ¿Será que la dictadura tiene ahora un rostro distinto, una configuración diferente, más tecnológica que política?
Sea cual sea la justificación de la nueva moda, lo que está claro es que la evolución de la sociedad hacia el secretismo ha ido en aumento, tanto que a veces todos parecen espías, lo que no deja de ser inquietante. Lo peor es que, salvo excepciones, los secretos de la gente son tan absurdos que lo mejor es que nunca lleguemos a conocerlos.
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