Las mujeres bulbul
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Los pájaros son hermosos, delicados, gráciles, tanto que deseamos poseerlos, tenerlos delante de nuestros ojos para disfrutar de su canto y su presencia a nuestro antojo; de modo que los enjaulamos.
Deshojamos la rosa buscando su aroma.
El bulbul es un pájaro que proviene del Viejo Mundo; en España recibe el nombre de ruiseñor. Con el bajovientre, cachetes, garganta o cejas de amarillo, rojo o anaranjado, plumajes uniformes que van de oliváceos a negros. En la India, como en cualquier lugar, hay necios dispuestos a encarcelarlos solo porque les parecen bonitos. Se puede ver a muchas mujeres dándoles de comer en los balcones de sus casas, ataviadas con sus saris de seda y chifón, caminando de un pasillo a otro con el fru frú de sus telas. Sin embargo, cuando esas mujeres emigran a países occidentales como España, las ropas que tan elegantes, naturales e inherentes resultaban antes, tan poco prácticas, desentonadas e incómodas resultan ahora.
En la India profunda también se impone el aanchal, el extremo del sari con el que una ha de cubrirse la cabeza o el escote en señal de recato y discreción. Otras prendas de la India como el shalwar kameez, el kurta, el choli o el gharara exigen el uso del dupatta, un largo pañuelo de usos múltiples que durante mucho tiempo ha sido un símbolo de modestia en el sur de Asia.
En Europa, para caminar, hacer ejercicio, ir al trabajo y demás labores diarias de la vida “moderna”, estas prendas comienzan a resultar algo extrañas e inoportunas. Motivo por el que poco a poco, muchas emigrantes indias mudan al shalwaar —blusón y pantalón—, otras, con los años, se van adaptando de un modo algo descafeinado a las modas locales, hasta vestir un kurta —blusa india— con vaqueros, mientras que la mayoría se mimetizan y optan por ataviarse como una occidental más. Es así como descubren la libertad del escote en las tardes de verano, la comodidad de una blusa de asillas cuando el sol aprieta, los pantalones cortos o las mini faldas para salir. Atuendos que en la India rural estaban mal mirados, denostados y hasta prohibidos por sus familiares. Es la victoria del pragmatismo, la prenda como utilidad y no como imposición.
Al llegar a España, descubren un mundo de libertad donde las mujeres pasean a sus anchas por las calles, visten como desean y muestran cuanto les place, pues son dueñas de su cuerpo y de sus apetencias, nadie gobierna sobre ellas. O eso creen, pues la industria de la moda también impone un férreo dictamen sobre hombres y mujeres a la hora de escoger sus prendas: tacones imposibles, tallas enfermizas, complementos inútiles... Como siempre, supone un arma de doble filo y todo depende de la madurez del ser humano a la hora de emplear la herramienta.
Muchas emigrantes indias, al marchar de visita a su país de origen, desentierran las vestimentas locales del sustrato de sus armarios: telas bordadas que ahora resultan exóticas e imposibles. Otras se atreven a viajar a la India rural con su apariencia más occidental, para luego reparar en las extrañas miradas de las que son objeto, en la incómoda persistencia con que las observan y en las evidentes interpretaciones que se fraguan en las miradas de los hombres.
Una campaña reciente en la India cae en el absurdo de condenar el interés de los hombres por mirar a las mujeres. Sin duda bebiendo de la represión sexual histórica del país, que fue gobernada durante cientos de años por los Mogoles —que impusieron el velo— y luego por Gran Bretaña en plena época Victoriana —que implantó el puritanismo como virtud—. Jaleada además por los recientes y execrables casos de violaciones múltiples. Sin embargo, el problema no está en el deseo, sino en la interpretación del mismo, en el machismo y la misoginia, en la objetualización sexual, en no conocer los límites ni reconocer la libertad individual.
Cada mujer debe ser libre de vestir como le apetezca, mostrar u ocultar lo que desee y vivir su vida en mismas condiciones que los hombres. Esto que parece tan obvio, no lo es en muchos lugares.
Miramos a los demás a través de los barrotes de nuestras jaulas mentales y creemos que son ellos los que están encerrados.
Si amas a los pájaros y deseas disfrutar de su canto, no los enjaules, planta árboles y vendrán solos. Del mismo modo, uno debe plantar respeto, libertad y educación para cosechar madurez sexual, moral e intelectual. Porque la libertad tiene su propio canto, como el de un ruiseñor. Quizá, por eso, a las mujeres en la India también se les llama bulbul.
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