Birmania, turismo y desplazados rohingya
Foto:CHRISTOPHE ARCHAMBAULT (AFP)
La verdad es que no hay verdad, decía Pablo Neruda. O más bien, hay tantas verdades como testigos. Estoy estos días viajando por Myanmar (Birmania) y he tenido que enterarme por la prensa digital extranjera del drama de los refugiados rohingya. Esto es lo poco que he conseguido encontrar en los periódicos locales sobre el tema; y como era de esperar, es “su verdad”.
El portavoz del gobierno y ministro de Información birmano, U Ye Htut convocó a los medios el pasado 17 de mayo para achacar la crisis de los barcos cargados de refugiados rohingya a los traficantes de seres humanos que operan en el estado birmano de Rakhine y en Bangladesh. En ningún momento se refirió a ellos como rohingya (tribu musulmana de origen bangladesí que vive desde hace generaciones en el estado fronterizo birmano de Rakhine y a quienes el gobierno de Myanmar no reconoce como ciudadanos suyos), sino como “pescadores birmanos”.
La versión oficial es que estos pescadores no huyen voluntariamente por la represión a la que se ven sometidos en Birmania sino que han sido secuestrados por las mafias, que los llevan hacinados en esos barcos para trabajar como esclavos en plantaciones o barcos pesqueros de Malasia, Indonesia o Tailandia.
Foto:CHRISTOPHE ARCHAMBAULT (AFP)
Siempre según la versión del portavoz y ministro birmano, su gobierno está haciendo un gran esfuerzo por repatriar a todos esos pescadores que puedan demostrar la nacionalidad birmana; y en esto radica la perversión de la noticia: ninguno de los rohingya tiene un solo papel que demuestre su ciudadanía birmana porque el propio gobierno al que el portavoz representa se la deniega. U Ye Htut informó que ya habían repatriado a más de 500 “pescadores birmanos secuestrados” y que un segundo grupo de 128 acababa de llegar al aeropuerto de Yangon, donde el gobierno les entregó 100.000 kyat (unos 100 dólares); la aerolínea KBZ que los transportó, otros 50 dólares y una camiseta, y una teleoperadora local una tarjeta SIM o un kit manos libres.
Como veis, una verdad bien tamizada por una prensa amordazada.
Myanmar fue una férrea e implacable dictadura militar desde 1964. En 2010, tras muchas manifestaciones y conflictos internos, la Junta Militar se disolvió y convocó unas supuestas eleccioneslibres que ganó el partido apoyado por los militares con un 80% de los escaños. Aquellos comicios no fueron validados por la comunidad internacional, pero el gobierno creado a partir de ellas inició una serie de reformas tendentes a la apertura del país y a su salida del “eje del mal”.
La realidad palpable a pie de calle para los turistas es que desde 2011 Birmania es un país tranquilo y seguro para viajar, en el que no se ven policías ni controles militares por ningún lado. Y el visado es un mero trámite que se resuelve por Internet y cuyo único objetivo es sacarte 130 dólares de peaje por entrar.
Aunque la realidad del país siga siendo compleja (guerra civil en Kachim y Kokang; ataques a los de derechos humanos de la minorías o escasez de calidad democrática en el Parlamento), Birmania ha apostado por el turismo y la apertura como fuente de divisas.
El turista que no quiera ir más allá en esta realidad lo que encontrará será un pueblo pacífico y amable hasta el extremo; gente con una sonrisa siempre en la cara y la inocencia y sorpresa ante el forastero de quienes han estado aislados del mundo durante décadas.
Birmania es aún una joya sin explotar en el sudeste asiático; aunque esa inocencia durará poco. Por lo que he podido ver, la creación de infraestructuras turísticas está tomando ya velocidad de crucero. Y nadie sabe dónde parará.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.