El centro y sus pretendientes
El relato de Podemos se nos antoja monserga de otro tiempo o de otro mundo
Muchos cortejan a los votantes del centro y sus alrededores y pocos atienden a sus razones. Conviene recordarlas. Para un centrista consecuente la democracia es principio de justicia básico que se sustenta en el primado de la libertad individual y el reparto igual y necesario de los derechos humanos. Pero sólo resulta del vínculo indispensable de procedimiento democrático y Estado de derecho. Sin él no hay autoridad política legítima. Estos electores se reconocen también en quienes practican la moderación. No esperan de la política lo que ésta no puede dar. Recelan de los líderes que se empecinan en metas que por indisponibles o mal planteadas empeoran los problemas. Prefiere reformar a romper ya que los buenos propósitos no se alcanzan de golpe. Disponen de pautas fiables para calibrar la congruencia de quienes se disputan su voto y la propia a la hora de dárselo.
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Parte de esos electores abandonan a sus tradicionales albaceas políticos y emigran a formaciones inequívocamente de centro, no lastradas por una experiencia de gobierno tan contestada en los últimos años. Sí sorprende que otra parte de aquéllos se incline por Podemos. ¿Qué ha pasado para que gente moderada esté dispuesta a encomendar sus intereses políticos a un partido muy distante de sus postulados? Ocurre que para una mayoría, la gestión de la crisis y sus efectos son indicios de un desmontaje del Estado de bienestar, una democracia impotente e instituciones irresponsables y moralmente poco sensibles. Mientras unos menospreciaron el alcance del malestar social causado por la ruptura de los vínculos de solidaridad y confianza política, otros han sabido interpretarlo y explotarlo políticamente. Compartir este análisis creíble de las patologías políticas no implica considerar acertados los pronósticos y soluciones de quienes, como Podemos, lo pregonan con mayor éxito de público. Este partido, que determinará el rumbo de la izquierda radical, no parece en consonancia con los principios de un elector de centro. Basta situar a sus dirigentes ante el espejo de sus tesis, alternativas y referentes políticos que han frecuentado.
Ningún régimen político precisa más de un sistema de reglas jurídicas con una infraestructura institucional fuerte que la democracia
La pretenciosa estrategia de poder de sus promotores es transparente. Basta parafrasearles. El “clima impugnatorio de las élites” tras el 15-M funda un proceso a desplegar en tres fases: la “destituyente” al grito de ¡a la calle los actuales ocupantes de las instituciones¡; la “desconstituyente”, que bajo el lema “¡abajo el régimen de 1978¡” aspira a finiquitar la legalidad vigente; y la “constituyente”, que alumbrará otra democracia, alternativa a la constitucional viciada en origen por su nexo con el sistema capitalista. A partir del funcionamiento demediado de las democracias existentes (un hecho), infieren que la democracia fetén resultará de sustituir la hegemonía de los malos por la de los buenos. Es obstinarse en el oxímoron; donde impera la hegemonía, pierden el pluralismo y la democracia.
Para darle fuste a la apuesta importan una interpretación de la figura de Gramsci descontextualizada. En ésta hay mucho de peronismo con algo de Lacan, pero casi nada de la penetrante recomposición del marxismo de entreguerras intentada por el fundador del PCI. Desvelada la estrategia discursiva de Podemos, el meollo del relato se nos antoja monserga de otro tiempo o de otro mundo. Retorna el mito de que la auténtica democracia se instituye en un perpetuo momento constituyente; se alienta la ficción de un diálogo permanente entre líderes y el pueblo: asambleas, círculos, ágora cibernética, lo que sea con tal de prolongar el espontaneísmo y posponer los compromisos institucionales.
Una mirada no autoconfirmatoria a la historia de la democracia instruye bien de por qué encallan y cuál suele ser el desenlace de estos intentos alentados por la intemperancia de los demagogos: convertirse en barra libre para activistas maniobreros y oportunidad de oro para un poder plebiscitario en “régimen de prerrogativa”. Ningún régimen político precisa más de un sistema de reglas jurídicas con una infraestructura institucional fuerte que la democracia, debido a su naturaleza inclusiva y al contexto de decisión abierto que promueve. De Podemos no deben preocupar soluciones no ya ideales sino directamente imposibles ni su condición mutante. Inquieta que un partido autoproclamado de Gobierno apueste por el informalismo, tenga una oferta institucional tan enteca y una teoría de la autoridad inédita. Ese combinado ha sido un desastre para la democracia y un chollo para líderes resueltos y jugadores habilidosos que saben qué hacer para lograr sus objetivos.
Ramón Vargas-Machuca Ortega es catedrático de Filosofía Política.
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