Lulu, el último del clan
El más joven de la saga vive entre el peso de la herencia y la figura del mito transgresor de su padre. Lulu Gainsbourg publica su segundo disco consciente de que su apellido le expone a críticas feroces
Cuando tenía dos años Lulu Gainsbourg subió por primera vez a un escenario en compañía de su padre Serge Gainsbourg. Era 1991 cuando la gran sala de los conciertos musicales de París, Le Zenith, acogía al músico dos años antes de morir; un Gainsbourg aplaudido y celebrado por un público donde se mezclaban varias generaciones. Él era el gran mito transgresor de la canción francesa en todos sus frentes. Gracias al vídeo y a YouTube Lulu Gainsbourg ha podido memorizar aquel momento de su infancia que casi siempre, en un momento u otro, aparece en todas las entrevistas que atiende. Ahora, a punto de cumplirse los 25 años de la desaparición del músico, Lulu Gainsbourg desembarca con su segundo trabajo discográfico, un proyecto musical de factura íntima y autoría propia. Y siempre con el peso de haber crecido con la ausencia de un padre que se ha convertido en objeto de culto.
“Llevar este apellido no resulta fácil, te puedes ver expuesto a las críticas más feroces, pero tampoco los juzgo, solo puedo decir que desde los cuatro años estoy delante de un piano, he trabajado duro y no me he rendido. Para mí la música es toda mi vida y espero que este disco ayude a verme como músico”, ha contado.
Último vástago de la saga familiar del músico francés, Lulu Gainsbourg –como anteriormente otros miembros del clan– ha tenido que realizar el aprendizaje a marchas forzadas que supone llevar su apellido, más aun si encima optas por la carrera musical. Y aprender que el nombre también se puede convertir en un estigma. Su madre, Caroline von Paulus, alias Bambú, una joven de exótica belleza escapada de una infancia miserable y dura, es la encargada de curar las heridas del corazón de Gainsbourg después de su dolorosa separación de Jane Birkin. Bambú será también la compañera del músico que escandaliza con sus apariciones en los platós televisivos en sus últimos años de vida. En su eterno papel de pigmalión Gainsbourg patrocina su debut musical aunque con poco éxito. Como momento memorable quedan los gritos orgásmicos de Bambú en el tema Love On the Beat (1984), una secuela de Je t’aime... moi non plus a ritmo de música disco.
Criado por su madre al margen de los focos mediáticos, el pequeño Lulu (1986, París) lleva una vida nómada entre París, Nueva York, Los Ángeles y Londres, la ciudad donde actualmente reside. Con una formación académica que incluye estudios en el conservatorio y en la prestigiosa escuela de música Berklee College de Boston. A diferencia de su hermana de padre Charlotte, su entrada en la escena artística se haría esperar. Un álbum tributo a su padre, From Gainsbourg To Lulu (Mercury/Universal, 2011), acompañado de colaboraciones de alto y lujoso voltaje –Marianne Faithfull, Iggy Pop, Vanessa Paradis, Rufus Wainwright, Johnny Depp– y hasta un remake de aquel dúo que en su momento hizo su padre con Brigitte Bardot, Bonnie and Clyde, ahora revisitado ni más ni menos que con la actriz Scarlett Johansson. En el proyecto quedaban fuera por problemas de agenda nombres como Leonard Cohen o Bono para un álbum con voluntad de universalizar la herencia melódica de un músico que había hecho alguna cosa más que componer Je t’aime... moi non plus, publicada en 1969.
De la universalidad de la figura de su padre, Lulu Gainsbourg ya había tenido algunas pruebas significativas, como cuando el legendario bajista del grupo de James Brown, Bootsy Collins, se arrodilló ante él al saber que era su hijo. Como a su amigo Sean Lennon, le ha tocado aprender a gestionar ser el heredero de uno de los mayores legados musicales de Francia. Ahora, después de aquel primer disco homenaje, publica su segundo álbum, Lady Luck (Universal France), un proyecto personal y canciones de su propia cosecha donde mezcla géneros y atmósferas musicales con elegancia. Un trabajo en el que tampoco faltan colaboraciones singulares, como la de la actriz Anne Hathaway –como a su padre, le gusta hacer cantar a las estrellas– o la diseñadora Ara Starck. Entre las secuencias más emotivas del disco, la balada Moushka dedicada a su madre, de resonancias muy gainsbourianas; Destiny, un texto con destinatario paterno, o esa pieza instrumental llamada Lily Rose, en honor de la hija de Johnny Depp y Vanessa Paradis.
Poco amante de los excesos –en su currículo no aparecen ni alcohol, ni tabaco ni drogas, referencias imprescindibles en la iconografía gainsbouriana–, el artista vuelve a enseñar sus cartas musicales, como la imagen que ilustra la portada del disco obra del fotógrafo Jean Baptiste Mondino, una afortunada dama que hubiera complacido los gustos eróticos de su padre.
Cuando todavía no está enterrado en el pasado el suicidio de Kate Barry, hija de Jane Birkin y del compositor John Barry, datado en diciembre de 2013, la saga Gainsbourg no deja de engrandecerse a la sombra del padre, de sus canciones convertidas en clásicos y de sus escándalos transformados en hitos. Un cuadro familiar que ha contado con Jane Birkin como administradora principal del legado, continuado por Charlotte Gainsbourg dedicada al cine y la música, que anuncia un próximo álbum con canciones en francés –idioma al que hasta ahora se resistía– como tributo paterno. Su hermana Lou Doillon, durante muchos años el patito feo del clan, debutó en 2012 con el álbum Places (con el actor, compositor y productor francés Étienne Daho como padrino). Y, finalmente, Lulu Gainsbourg, que vuelve a poner a prueba ese importante reto que supone llamarse Gainsbourg.
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