“Os hemos votado para que gobernéis”
No podemos ni renunciar a nuestros principios ni tampoco negar la realidad
El primer problema del sistema democrático es su debilidad para garantizar a la ciudadanía que su voz decida en todos los ámbitos de la vida colectiva: el gran problema de la democracia hoy es su incapacidad para controlar la economía especulativa y para poner el capital al servicio de los intereses generales y del progreso colectivo estrangulando así la verdadera voluntad democrática.
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Segundo problema: una de las características de nuestro modelo es que para la ciudadanía la democracia está unida, a un sistema político y a un modelo social que le da sentido, crea solidaridades y legitima al sistema en su conjunto. Pero hoy, la derecha europea está destruyendo ese modelo social basado en la libertad, el progreso, la igualdad de oportunidades y la justicia social.
Tercer problema: la enorme desigualdad que se está creando está fraccionando la sociedad, condenando a amplios colectivos a un futuro sin esperanza. Para garantizar la democracia, hace falta libertad política, pero también unos mínimos de igualdad social que suelden la solidaridad y el apoyo al sistema. Sin este mínimo de igualdad social la democracia no puede perdurar demasiado tiempo. La historia del siglo XX europeo es suficientemente explícita al respecto.
Y, finalmente, la crisis política ha generado una demanda profunda de cambios en las formas de la democracia. La ciudadanía reclama más transparencia, más participación y mayor control de la cosa pública.
Pero es evidente que con la mera protesta no resolvemos nada, sólo exacerbamos las heridas. Nos toca hacer propuestas serias y realistas, pero de un realismo transformador que tenga el valor de cambiar las cosas.
En la propia definición de los problemas está el camino a seguir:
Primero, recuperar el poder de la política, que es lo mismo que decir recuperar el poder de la ciudadanía frente a los intereses de un capital sin alma que, buscando solo su propio beneficio, juega con la vida de millones de personas.
Segundo, reconstruir un nuevo modelo social europeo basado en los servicios públicos universales y en las pensiones dignas.
Tercero, recomponer un pacto sociolaboral para que el reparto de rentas, especialmente de los salarios, sea más justo; y una reforma fiscal que redistribuya la riqueza colectiva, que hoy está en muy pocas manos, de forma más equitativa.
Para garantizar la democracia, hace falta libertad política y unos mínimos de igualdad social
Y, finalmente, como ya he relatado, hacer frente a la “reforma de las formas” de la democracia.
Antes decía que la democracia necesita de la libertad política y de un mínimo de igualdad social, ahora debo añadir que le es indispensable la estabilidad política. Detrás de toda inestabilidad política prolongada espera el totalitario para hacerse con el poder.
Hoy corren muchos mitos y demonizaciones: el bipartidismo y las mayorías absolutas parecen ser el origen de todo mal.
Yo, que soy vasco, debo decir que en Euskadi nunca ha habido una mayoría absoluta, y que el bipartidismo es un espejismo en un escenario político en el que siempre ha habido, al menos, cuatro partidos. Algo parecido se podría decir de Cataluña y de otras comunidades autónomas.
Y en lo que respecta a España en todos los años de democracia no ha habido tantas mayorías absolutas, si bien la que estamos sufriendo actualmente es especialmente arrogante y destructora. Pero, en general, sí ha habido una cultura de la estabilidad política. De la necesidad de Gobiernos estables que gobiernen.
Tanto si somos el primer partido, el segundo o el tercero todos debemos asumir la responsabilidad de gobierno, que no quiere decir necesariamente estar en el Gobierno sino aceptar que la ciudadanía ha votado para que haya un Gobierno que gobierne, y eso nos obligará a construir mayorías suficientes, y también, en caso de quedar en la oposición, a asumir la otra cara de esa responsabilidad que es la del control y las propuestas.
Y es aquí donde veo en la actualidad un riesgo cierto, al menos en la actitud de algunos partidos que no parecen dispuestos a mojarse salvo para estar en el poder.
La democracia se basa en la defensa de las ideas y principios y en la aceptación de que el Gobierno, con mayúsculas, consiste en la negociación permanente entre mayorías. Y que es necesario transar, es necesario mancharse las manos en la política, en el mejor sentido de la palabra. Aquellos que pretendan, al día siguiente de las elecciones, seguir en el plano virginal sin intentar participar, implicarse en la gobernanza común a través de la negociación, estarán traicionando uno de los mandatos de la ciudadanía: “Os hemos votado para que gobernéis”.
Norberto Bobbio plantea “la aporía fundamental con la cual tiene que verse todo filósofo de la política: la tensión/traición entre valores y hechos, tensión que no puede resolverse pero tampoco eliminarse”. Esto es lo que al día siguiente de las elecciones nos encontraremos todos; no podemos renunciar a nuestros principios, pero tampoco podemos negar la realidad.
Patxi López es secretario de Acción Política y Ciudadanía del PSOE.
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