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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fútbol es fútbol

Athletic y Barça deberían pedir respeto para el himno y el Rey; el desalojo sería un despropósito

Por su tradición y arraigo entre los aficionados, la final del la Copa del Rey tendría que ser la celebración futbolística española por excelencia. Pero la desidia de algunas autoridades deportivas y la perniciosa intromisión política han convertido una fiesta en un acontecimiento polémico, preñado de desplantes (la negativa del Real Madrid a que la final se juegue en el Bernabéu), recriminaciones cruzadas y un rosario de declaraciones —insensatas unas, incendiarias otras— que alimentan el desconcierto entre las aficiones y causan respuestas viscerales entre los ciudadanos. La causa de este enrarecimiento es la amenaza, avalada por el precedente de finales anteriores, de que las aficiones del Barça y del Athletic Club abucheen y silben al himno nacional y al Rey.

Poco, aunque terminante, hay que decir sobre el abucheo a las instituciones en un acontecimiento deportivo: es un acto indigno, atribuible no solo a aficionados con ideología independentista, sino también a quienes acuden a las finales con ánimo provocador y ganas de alborotar. Para muchos constituye una ofensa, y ello debería bastar para que se respete la representación del Estado. Pero si no se da tal respeto, la solución no es desalojar el estadio cuando arrecien las protestas, como proclaman irreflexivamente Esperanza Aguirre o María Dolores de Cospedal; sería una respuesta contraproducente y propia de quienes aplican el principio “cúmplase la ley y perezca el mundo”. Y contribuiría a sacar de un estadio lo que no debe salir de ahí: fútbol es fútbol, con todo lo que implican los grandes espectáculos.

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Sin entrar en consecuencias económicas y jurídicas —que probablemente las habría— o daño deportivo (empezando por el desangelado espectáculo de una final sin público), resulta que no es tan fácil desalojar a 60.000 personas de un estadio en condiciones normales; y parece un disparate hacerlo cuando se tiene la certeza de que una parte de los espectadores están dispuestos a enfrentarse con las fuerzas del orden. Como lo que buscan es la bronca y la confrontación victimista, un desalojo les concedería la mejor excusa para sembrar el caos, y un motivo para convertir los disturbios deportivos en algarada callejera.

No hay soluciones rápidas para conjurar la intoxicación política de la final de Copa y la respuesta emocional de algunos. Las más razonables requieren paciencia y cordura. Una de las más significativas sería que los clubes (Barça y Athletic Club) pidiesen oficialmente a sus aficiones un escrupuloso respeto al himno nacional y a la figura de Felipe VI. Y, para evitar episodios bufos como los de 2013 y 2015 —este año la final se jugará en el Camp Nou, lo que rompe uno de los encantos del partido, la neutralidad—, la Federación debería designar, junto con el calendario de Liga, la ciudad y el estadio donde se jugará la final. Reforzaría el papel de la FEF como árbitro futbolístico y atenuaría el riesgo de negativas a hospedar el partido, sean arbitrarias o fundadas. Nadie entiende que no se haya adoptado todavía ese modo de actuar.

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