¿Qué pasa si cambio una S por una F?
Por Carol Gasca, área de campañas y activismo de Oxfam Intermón
Sábado, 10 de la mañana, me subo a mi Fiat y me dirijo a IKEA, necesito reponer vasos porque los míos sienten una irresistible tendencia al suicidio colectivo y, a día de hoy, en casa nos echamos a suertes a quien le toca vaso y a quien taza desportillada. De camino, hago parada estratégica en Starbucks y me pido un café latte tall. Antes de salir, en la app de Google Maps de mi IPad he buscado el recorrido porque nunca recuerdo la salida exacta.
Mientras trascurre mi sábado, las empresas que han diseñado y/o producido el coche que conduzco, los vasos que compraré, el café que voy tomando y el dispositivo que tiene instalada la app que consigue que no me pierda, han tomado unos cuantos sándwiches holandeses y/o unos cuantos dobles irlandeses. ¿De qué hablo? Pues de los geniales nombres que reciben las prácticas igualmente geniales, pero éticamente inaceptables, que ponen en marcha a diario para eludir el pago de los impuestos que les corresponden fruto de su actividad.
Están practicando su deporte favorito, que se podría llamar “Loopholes” - ¿Qué tal te fue hoy tu partida de loopholes? – Estupenda, de nuevo volví a ganar -. Su actividad empresarial es una, pero su deporte favorito, en el que son los p**** amos, es este. No tiene unas reglas sencillas, se podría decir que carece de árbitros, le dedican horas y mucho dinero para fichar a los mejores y consiste básicamente en buscar huecos, en estirar la ley al máximo para pagar el mínimo (o nada) de impuestos.
Ahora leo (ya tengo mis vasos), que PriceWaterHouseCoopers lanzó el pasado 3 de enero una campaña con el nombre “Las grandes cuestiones no se responden solas”. Estas grandes cuestiones dirigidas a los principales ejecutivos de las empresas españolas han sido identificadas por PwC como cinco, y son las siguientes: ¿cómo crezco ahora de forma rentable?, ¿cómo consigo el máximo valor de una integración?, ¿cómo elimino complejidad en mi organización?, ¿cómo impulso mi modelo internacional? y ¿cómo obtengo la información adecuada para tomar las mejores decisiones? Y, desde la ignorancia, me atrevo a proponer una sexta pregunta que tal vez se les ha pasado y cuyo enunciado aporto de forma totalmente desinteresada. Allá va, ¿cómo mantengo mi credibilidad con el número creciente de escándalos relacionados con abusos fiscales?
La respuesta no se responde sola, pero la conocen de sobra, porque si hacemos un pequeño juego y, a la tan querida y cada vez más cuidada RSC (Responsabilidad Social Corporativa) le cambiamos la S por una F, nos queda Responsabilidad Fiscal Corporativa, y es que la RSC sin RFC tiene los días contados.
El informe “La ilusión fiscal” de Oxfam Intermón, analiza el comportamiento fiscal de las empresas españolas que figuran en el IBEX35 utilizando la información pública que estas aportan. Y es curioso que las empresas, reacias a mostrar cuánto pagan realmente, se esfuerzan bastante en contar el impacto que su actividad económica tiene, su “contribución social” y el impacto que esta representa. De acuerdo, si hablamos de contribución, hablemos de contribución, pero a las arcas del estado. En este país los ciudadanos aportamos el 90% de la recaudación total de impuestos y las grandes empresas apenas el 2%, ¿se refieren a esta “contribución social”? porque parece que el esfuerzo recae sobre otros, sobre los de siempre.
El mismo informe da el siguiente dato, “el 49% de los españoles nos mostramos selectivos cuando compramos y tenemos en cuenta la responsabilidad de las compras”. Y, aunque parezca poco creíble, formo parte de ese 49% que, incoherencias conscientes incluidas, hace uso cada vez más a menudo de esa parcelita de poder que permite cambiar las cosas y que puede ir desde el cm2 que supone una mención a tiempo, o una firma sumada a otras tantas, al m2 de un comentario en el perfil corporativo de determinada empresa, la carta al director, la observación rápida y audaz en la versión digital de un medio, hasta el km2 que tendrá las acciones que cada uno elija. Y es que, el grado de coraje del que disponemos para hacer determinadas cosas es lo de menos, lo importante es tenerlo (el momento de usarlo lo decide cada uno).
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