_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Maneras

Pero aún así les recomiendo que sigan mi consejo: abrácense todo lo que puedan

Rosa Montero

He aquí algunas maneras de ser eterno. Una: se deduce de la famosa anécdota de Sócrates. Tras ser condenado a matarse bebiendo cicuta, el filósofo pasa su última noche aprendiendo a tocar en la flauta una difícil melodía. Los amigos que están con él, exasperados, le preguntan para qué pierde el tiempo en eso, si su vida acabará al amanecer. “¿Para qué va a ser? Para aprender la canción antes de morir”, contesta Sócrates. Y es que nuestra existencia es tan efímera que, en realidad, da igual dominar la melodía cinco minutos o cinco años antes del final: siempre es un saber frente a la nada. Pero ese afán de conocimiento y de belleza, que es lo que nos hace humanos, nos basta en sí mismo; mientras estás aprendiendo a tocar la flauta, eres inmortal.

Y dos. Estudios científicos mundiales parecen demostrar que los humanos necesitamos un mínimo de cuatro abrazos al día para sobrevivir. Algunos sostienen que lo óptimo sería ocho o más, pero, en cualquier caso, sin esos cuatro abrazos al día la cosa no funciona: nos crispamos, nos deprimimos. Aunque no hace falta que los abrazos tengan connotaciones sexuales, se me ocurre que si le añadimos un espolvoreo de seducción se potencia el efecto (el sexo es en sí mismo terapéutico: lo explicaron la semana pasada en Madrid en la I Jornada de Sexualidad para Personas Discapacitadas). De modo que sí, desde luego: ese breve pero definitivo viaje al pecho del otro, ese cobijarse en su tibieza y hundir la nariz en un cuello fragante, es otra maravillosa, momentánea posibilidad de ser eterno. Quizá esta columna les parezca algo extravagante: los primeros calores siempre tienen en mí raros efectos. Pero aun así les recomiendo que sigan mi consejo: abrácense todo lo que puedan.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_