La metáfora mal entendida
La eficacia de ese recurso expresivo requiere la colaboración de quien recibe el mensaje
Llamamos “metáfora” a un recurso del lenguaje mediante el cual vaciamos una expresión de su significado común para dotarla de un sentido abstracto, figurado. Por ejemplo, si decimos “tiene la boca de fresa” sabemos de inmediato que esas palabras no pueden implicar un significado literal, pues la boca es de carne y no de frutos del bosque. Al oír esa expresión, advertimos en cuestión de milisegundos la incongruencia del significado, y buscamos enseguida el sentido imaginario para conectar los valores de la fresa con la imagen de la boca. Así funcionan por lo general las metáforas.
Hemos escuchado hace poco: “El esfuerzo del Atlético ganó el partido”. Estamos ante otra metáfora, pues el esfuerzo solo no gana nada. Ahora bien, ayuda a que se marquen los goles necesarios. Y al expresar la idea así, silenciamos unas cuantas palabras para concentrar el mensaje y lograr un énfasis que el enunciado plano no ofrecía; del mismo modo que no decimos “tiene una boca cuya textura imagino igual a la de una fresa” sino “tiene una boca de fresa”.
Pero el uso de las metáforas en nuestra pobre retórica moderna incurre a veces en ciertas trampas. La eficacia de ese recurso expresivo requiere la colaboración de quien recibe el mensaje, porque ha de poner lo que falta. Y para ello, tiene que conocer el contexto necesario; saber, por ejemplo, que las fresas son sabrosas y que se precisa esfuerzo para ganar al Real Madrid.
En ciertos debates, sin embargo, aparece una metáfora cuestionable al abordar el caso de Tania Sánchez, concejal de IU en Rivas-Vaciamadrid (80.000 habitantes). Un periodista habitual de las teletertulias repite y repite que ese Ayuntamiento madrileño “le dio 1,2 millones de euros” al hermano de la edil. Quien disponga del contexto adecuado sabrá que “le dio” no significa “le dio”, sino que el hermano en cuestión administraba una cooperativa, que ésta firmó contratos para prestar servicios culturales al municipio entre 2002 y 2008, que la cooperativa cobró por esas prestaciones y que el dinero fue a parar en su mayor parte a los trabajadores que las hicieron posibles; que en esas decisiones participó el padre de Tania Sánchez pero no ella, que la concejal tuvo relación solamente con uno de esos contratos (136.000 euros) y que éste se adjudicó por unanimidad en la comisión correspondiente, por lo cual su voto no resultó ni siquiera decisivo. Quien conozca todo eso entenderá una metáfora técnicamente correcta como “tu Ayuntamiento le dio 1,2 millones a tu hermano” (a veces “a la empresa de tu hermano”).
No obstante, quien desconozca los datos que acabamos de recordar (el contexto) escuchará simplemente “le dio 1,2 millones a tu hermano”, y quizá no le otorgue un sentido sino sólo un significado. Es decir, el espectador puede quedarse en el valor literal de cada palabra si no aprecia incongruencia entre los términos que oye.
El espectador puede quedarse
Los crédulos entenderán, por tanto, que Tania Sánchez le regaló a su hermano 1,2 millones por su cumpleaños; y los escépticos, que el periodista está soltando una mentira tan grande como la catedral de Burgos, pues no les parecerá fácil extraer todo ese dinero de una caja municipal para dárselo a un familiar en un callejón oscuro.
Por otro lado, alguien puede decir “la empresa de tu primo” aunque el primo tenga en ella un trabajo eventual de media jornada y mal pagado; pero también “la empresa de Secundina” cuando se refiera a su dueña, y aunque se trate asimismo de “la empresa de tu primo”. Sólo los datos previos que conozca el receptor le evitarán confundir los dos tipos de propiedad.
Así pues, nos preguntamos si será tramposa la intención de quien usa palabras comprensibles para unos pocos a riesgo de que otros muchos las entiendan de forma errónea, y si se puede asegurar sin mayor precisión “tu Ayuntamiento le dio 1,2 millones a la cooperativa de tu hermano”.
Sabemos que, bien por la ceguera o bien por el cierre de los ojos, en Rivas no se guardó la debida distancia ética entre familiares; pero también nos damos cuenta de que la metáfora puede convertirse, quizá sin querer, en una forma de la mentira.
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