Omán. Una postal desde el otro mundo árabe
Los musulmanes tienen sentido del humor, solo aspiran a prosperar y, en su inmensa mayoría, buscan la paz y vivir tranquilos. Como nosotros
El mundo islámico está hoy en el centro de mira de la opinión pública internacional. La falta de conocimiento de su población puede llevar a Europa a tener una opinión equivocada de los países coránicos. Quizás, mostrar cómo son en realidad estos países ayudaría a ahuyentar fantasmas y a fomentar una actitud más conciliadora entre oriente y occidente. Por eso, comparto con ustedes este cuaderno de mi reciente viaje a Omán.
Recibo un correo electrónico de mi amigo y ex colega Michele proponiéndome acompañarle a un viaje turístico a Omán. Michele y yo trabajamos para la misma institución en América Latina durante años. Después, él fue trasladado al África negra primero y después, al país del antiguo bloque soviético donde vive hoy. Yo, por mi parte, fui destinado a Marruecos hace algo más de un año.
Acepto la invitación. Nada más llegar, acontece el fallecimiento del rey Abdalá, monarca de Arabia Saudí. Las banderas omaníes que vuelan por todos lados lo hacen a media asta. Esa muestra de solidaridad con el pueblo saudí confirma la cercanía entre los dos países. Se trata de una cercanía física, cultural y religiosa que puede extrapolarse al resto de los países de la región.
En el coche hacia el hotel, Michele me informa de que Omán es prácticamente el último país de la península arábica que le queda por visitar. Y justifica su interés: “En una vida previa, yo debí ser árabe”. Yo comparto con él el gusto por el mundo árabe. “En una vida anterior yo también fui árabe… se trata de una vida de casi ocho siglos”, me digo mentalmente haciendo alusión a los años de dominación árabe acontecidos en el territorio español.
La falta de conocimiento, puede llevar a Europa a tener una opinión equivocada de los países coránicos
Las autopistas omanís son las mejores que he visto nunca. Veo grupos de motoristas extranjeros conduciendo por ellas sus enormes Harley Davison. “No soy el único que ha llegado a la misma conclusión”, me digo. Y es que, en la última mitad del siglo XX, hubo una importante tendencia de la población omaní a trasladarse a la capital, Muskat. Tratando de detener este flujo, se llevaron a cabo una serie de impresionantes inversiones en infraestructuras: se proveyó de agua y electricidad hasta al último wilayat (pueblo) del país, se construyeron hospitales y universidades… Y, por supuesto, carreteras.
En la ciudad vieja de Muskat, me llama la atención que todos los trabajadores de los puestos de su pequeña medina no son omanís, sino indios. Desde el año 92 hay una mayor participación ciudadana en la monarquía absoluta que gobierna el país. Quizás por ello, cuando a partir del 2011 estalló la primavera árabe, las reivindicaciones de la población omaní fueron particulares. Pedían mayores oportunidades para los solicitantes de empleo a la vez que mostraban su descontento por el lento progreso de omanización — es el proceso de sustitución de los expatriados por ciudadanos de Omán en los puestos de relevancia económica del país.
Michele y yo paseamos hasta el opulento palacio del Sultán Qaboos, auténtico líder popular y figura adorada por su pueblo. Él es, según muchos, quien realmente llevó el país a la modernidad. Llegó al poder en julio de 1970 mediante un golpe de estado a su propio padre, el sultán Said Bin Taimur.
Al día siguiente, viene un niño a pedirme que le compre uno de los llaveros que ofrece. Estoy en un mirador contemplando la ciudad abandona de Ghul frente a un inmenso palmeral y sobre el cañón de Jeber Shams. Me digo que, seguramente, el chaval trata de evitar mendigar vendiendo llaveros (pide por ellos 1 real omaní). Decido comprarle uno cuando me doy cuenta de que solo dispongo de un billete de cinco. Espabilado, el niño me coge el billete y lo lleva, buscando cambio, hasta un inmenso y lujoso 4x4 que está aparcado a nuestro lado. Luego vuelve con cuatro billetes de un real y me los entrega junto con el llavero. Algo no encaja. “¿Das al dueño del coche cinco reales y solo te devuelve cuatro? ¿Y el real que falta?”, le pregunto. “Me lo da después, es mi padre”, me contesta.
Hay niños cuyo hobby es jugar al fútbol. Otros, como éste, venden llaveros a los turistas. En cualquier caso, los niños omaníes no mendigan. Según Unicef, Omán ha realizado grandes adelantos en materia de desarrollo de la infancia. La mortalidad infantil disminuyó de 215 por cada 1.000 niños nacidos vivos a 25, en 25 años. La cantidad de niños con peso inferior al normal ha descendido considerablemente. Estos logros han sido posibles gracias a la minuciosa dedicación del gobierno.
Omán, como así lo demuestra el fuerte de Nizwa ante el que me encuentro, es un país extrañamente rico. El perfecto estado de conservación del fuerte demuestra que goza de un presente suficientemente próspero como para destinar dinero a la conservación de su patrimonio histórico. La sobriedad del fuerte, por el contrario, muestra la modestia económica de su pasado.
A Omán, como al resto de los países de la península arábiga, le tocó una auténtica lotería al encontrar petróleo (y gas) en sus suelos. Es verdad que los ingresos derivados de esto son modestos en comparación a los de sus vecinos. Pero fueron suficientemente importantes como para llenar las arcas públicas. Eso, a su vez, facilitó la conservación y una consagración (algo forzada) de su patrimonio histórico. “No es que se intente crear un pasado inexistente, se trata de maquillarlo un poco”, pienso. Efectivamente, no puedo evitar considerar que la sobriedad de la ciudad de Nizwa la hubiera condenado a la destrucción de haber sido construida, por ejemplo, en Europa.
Al tercer día dejamos Muskat y recorremos la autopista costera dirección a la ciudad de Sur. En el camino, visitamos alguno de los famosos oasis del país.
Hay niños cuyo hobby es jugar al fútbol. Otros, como éste, venden llaveros a los turistas. Pero no mendigan
En la orilla del mar color azul turquesa, vemos una enorme planta extractora de gas natural. Llegamos a Sur y directamente conducimos hasta Ras La Jinz, una playa donde desovan tortugas. Nos sorprende lo moderno que es y bien mantenido que está el edificio que marca la entrada del parque nacional. La edificación demuestra la importancia concedida por el estado omaní al cuidado de las tortugas.
En lo que al medio ambiente se refiere, la prioridad absoluta de Omán consiste en mantener un correcto uso del agua. Otro de los problemas a los que se enfrenta el país es la contaminación de las zonas costeras por el tránsito de petroleros por sus aguas. En la playa, un pescador prepara su red. Cordial, se sienta a nuestro lado. Por más que lo intentamos, no logramos comunicarnos con él como nos gustaría. El pescador es uno de los pocos omanís que encontramos que no habla nada de inglés.
Volvemos a Sur para ver ponerse el sol. Cogemos un taxi tratando de evitar perdernos en sus laberínticas calles. Los omanís no trabajan como camareros ni como recepcionistas, pero sí lo hacen como taxistas. Eso me sorprende hasta que compruebo el precio de la carrera: el equivalente a 12 euros por un corto trayecto de menos de 10 minutos. En Marruecos, por ese precio se puede tener un taxi a disposición durante varias horas. Es quizás otra prueba de cómo los locales se sitúan en las zonas de la economía que más dinero mueven.
Cenamos en el triste restaurante del hotel donde nos encontramos con un ciudadano colombiano. Se llama Jorge, es ingeniero y trabaja para la empresa química de extracción de gas natural cuya planta vimos desde el coche por la mañana. Cenamos juntos y nos invita a participar en la celebración de su cumpleaños que tendrá lugar en su casa de Muskat el próximo fin de semana. En la fiesta se mezclan expatriados con omaníes. Una joven madre española a la que llamaremos Pepa (nombre ficticio) nos explica que su marido se dedica a la compraventa de muebles de cocina españoles en Omán. Asegura que el negocio les va muy bien. “En este país está todo por hacer, es muy fácil prosperar en los negocios”, nos comenta. “El único problema es que para montar uno, es necesario hacerlo con un ciudadano omaní. A la hora de montar un negocio con un omaní, hay que tenerlo muy bien atado y evitar que surjan problemas porque, en caso de surgir, la justicia siempre dará la razón al local”, concluye.
La cantidad de niños con peso inferior al normal ha descendido bastante en Omán
Entre los asistentes a la fiesta se encuentra también una familia que, aunque originariamente es iraní, goza de la ciudadanía omaní. Se trata de un matrimonio con dos hijos en la veintena. Regentan una cadena de repostería en la ciudad. “Están buscando un marido para la hija y una mujer al hijo”, me apunta Jorge. Ante mi cara de asombro, él continua. “Aquí la gente no tiene noviazgos, se casan con quien sus padres eligen para ellos”.
Estoy ya en el avión de vuelta. No sé bien porqué, me viene a la cabeza un viaje que hice una vez a Tetuán. Estaba en su pequeña (y bonita) medina y me perdí. En la retorcida callejuela en la que me encontraba, solo alcancé a ver a una mujer completamente cubierta por un velo negro que vendía chicles y cigarrillos sueltos. Solo estábamos ella y yo, y empezaba a oscurecer. La situación era, en verdad, algo siniestra. No imaginan lo que me dijo la señora cuando me acerqué, asustadizo, a pedirle indicaciones para salir de la medina. La buena mujer me preguntó en un perfecto español: “¿Qué pasa, colega?”. Y es que los musulmanes tienen sentido del humor, como nosotros. Los musulmanes, como nosotros, solo aspiran a prosperar. Y, en su inmensa mayoría, los musulmanes solo buscan la paz y vivir tranquilos. Como nosotros.
Miguel Forcat Luque es economista y trabaja para la Comisión de la Unión Europea. El propósito de este artículo fue escrito por el autor por su propio nombre y no refleja necesariamente el punto de vista de la institución para la que trabaja. El propósito de este artículo no compromete la responsabilidad de esta institución.
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