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Columna
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Ser-vil

El primer compromiso de un Gobierno es atender las necesidades básicas de su pueblo

Manuel Rivas

El absolutismo contable del ministro alemán Schäuble, su mirada reprobatoria ante el descorbatado Varoufakis, me ha hecho recordar la “modesta proposición” de Jonathan Swift para acabar con el hambre en Irlanda. Pestes y pésimas cosechas hicieron imposible pagar las rentas a los terratenientes, pero estos se negaron a ceder ni en un grano de cebada. La gente se moría de hambre, pero el contrato era el contrato. Fue entonces, en 1729, cuando el sacerdote Swift, autor de Los viajes de Gulliver, lanzó su propuesta satírica, tan brutal como la realidad que denunciaba. Los pobres sí que disponían de un último recurso para afrontar las deudas. Sus propios hijos: “Un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido”. Sí, los acuerdos hay que cumplirlos. Pero los acuerdos tienen un derecho y un revés. Y el revés, en circunstancias históricas, puede convertirse en un documento de barbarie. El primer compromiso de un Gobierno es atender las necesidades básicas de su pueblo. Eso sí que es una obligación patriótica: matar el hambre, el frío invernal y las enfermedades que multiplica la pobreza. Y también debería ser la prioridad de la Unión Europea, que no es, todavía, el Sacro Imperio Germánico. A Grecia, después de la victoria de Syriza, han decidido “hacerle una corbata”. En español americano, esta expresión tiene el significado de estrangular. Contra el estrangulamiento de Grecia hemos oído voces que algo saben de economía, humanidad y crecimiento, empezando por el presidente Obama, con un mensaje para el oblicuo Schäuble: si quieres que alguien cumpla, no le hagas la vida imposible. ¿Y el papel del Gobierno español? De pena. Como terratenientes. Desde las Cortes de Cádiz, sabemos que una cosa es ser liberal y otra ser-vil.

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