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Columna
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Lola

Se llamaba María Dolores González Ruiz, y era una abogada laboralista que tuvo una mala suerte legendaria

Jorge M. Reverte

Se llamaba María Dolores González Ruiz, y era una abogada laboralista que tuvo una mala suerte legendaria. Lola fue novia de Enrique Ruano, asesinado por la policía franquista y el Abc del momento. Luego, fue la pareja de Javier Sahuquillo, también asesinado por una banda de extrema derecha. Lola recompuso a medias su vida y su compañero fue víctima de un cáncer. No pudo aguantar más.

El mal no tiene un cuerpo cierto que nos permita señalarlo y actuar contra él. Pero el mal existe. Y está claro que se enamoró de Lola. Es difícil encontrar una biografía reciente tan torturada como la de esta mujer. Y es difícil encontrar una mujer que haya sufrido tanto por ese mal, ligado además a la notoriedad.

Lola no quería hablar de su pasado. Quizás habría sido bueno, pero seguramente el pudor se lo impidió.

Su última oportunidad fue truncada por una enfermedad que no tenía nada que ver con la política. Era doblemente maligna porque indicaba que ni fuera de lo público podía tener descanso.

Yo la conocí muy poco. Menos de lo que habría deseado. Quería escribir sobre algunos aspectos de su pasado. Con enorme tacto, y con mucho cariño, se fue deshaciendo de las peticiones que le hacía para refugiarse en su derecho al silencio, que no debía tener del todo claro, porque siempre decía: “Para ti, sí hablo”.

No habló nunca. No conseguí de ella lo que de verdad no quería contarle a nadie. Quizá porque le parecía que todo estaba ya contado, y lo que no, le pertenecía sólo a ella y a sus muertos.

Lola, a su pesar, era ya un símbolo. Símbolo del dolor y la mala suerte.

Yo voy a hacerle un homenaje que consiste en poner a todo trapo el Lola de los Kinks. Champagne.

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