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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Un país de hermanos

Mientras el Supremo admitía una demanda de paternidad contra don Juan Carlos, Almodóvar y Twiggy se abrazaban como hermanos en el estreno de su obra en Londres

Boris Izaguirre
Pedro Almodóvar, en Londres.
Pedro Almodóvar, en Londres.David M. Benett (Getty Images )

Qué cómico! Es probable que en este año electoral, dos mujeres, hijas del Rey emérito, se presenten en los juzgados. Una como demandada por fiscalidad errática y la otra, presunta hija, Ingrid Sartiau, apodada La belga, como demandante de un caso de paternidad no asumida. Si tuviéramos que inventarnos una familia real más estimulante, no superaríamos la que tenemos.

La situación daría para un vodevil y es mejor tomarla con cierto aire risueño que lime las asperezas del caso. Aparte del vino, no hay nada más latino que la paternidad irresponsable. Hemos atravesado siglos y telenovelas de madres solitarias que jamás consiguen que la justicia o alguien les devuelva un poquito de dignidad y derechos. Al Rey emérito le debe haber molestado que el Supremo haya aceptado a trámite una demanda de una ciudadana que pretende ser reconocida como su hija. Pero no deja de ser una medalla más. Ha sido un Rey que tripuló la transición de una dictadura a la democracia. Que surfeó un golpe de Estado. Que pidió perdón por cazar elefantes y ha sido el primero en abdicar si hacía falta. Ahora, y con deportividad, no será el primer monarca en asumir una demanda de paternidad, pero tiene su gracia que quien demande sea una señora belga. ¡Una nueva interpretación de la frase: poner una pica en Flandes!

Hay quien ante la noticia se lleva las manos a la cabeza pensando en la Reina emérita. Otros en lo difícil que va a ser arrancarle un pelo, una cana, al ex Monarca mientras se hace un selfie en algún restaurante de Beverly Hills. Más bien deberíamos pensar en la Reina reinante, que no se esperaba una familia así y a quien la noticia le tiene que haber fastidiado el día y su empeño en aportarle a la institución un poquito de rectitud, contraviniendo la tradición borbónica. Letizia debe estar arrancándose ADN capilar porque sabe que el pueblo llano se desmelena con noticias de este tipo. Puede que esté entre sus funciones: mientras la recesión llega a su fin, a la corona le toca hacernos sonreír un pelín.

Pero por quien de verdad nos preocupamos es por el extorero Fran Rivera, que estaba tan contento anunciando su nueva y bien asumida paternidad con su nueva esposa y nueva exclusiva, que ha pasado a segundo plano con el notición de la supuesta infanta ilegítima. E inquieta el juez Francisco Arroyo que no pudo acudir a la votación para admitir la demanda, aprobada por un voto de diferencia. Probablemente al juez Arroyo le ocurrió lo que a las autoridades que no pudieron asistir a la toma de posesión de la presidenta de Brasil porque las vacaciones navideñas estaban de por medio. Seguro que en un despacho del Palacio Real han puesto un pequeño asterisco al lado de su nombre para tener en cuenta si se le invita o no a palacio.

También apena un poquito el otro demandante de paternidad real. Sí, hay dos. Es de mayor edad que el Rey reinante y con un aire familiar en su rostro, como de billete de 10.000 pesetas. Le pones un traje de esquiar de los setenta y sería difícil no decir que te recuerda a don Juan Carlos en Baqueira, aunque menos atractivo. Afortunadamente a estas alturas un aire borbónico ya lo tiene cualquiera. Hasta el pequeño Nicolás que, según el día y el pelo, le sale un ramalazo real como de Infanta Elena sin trenza. La nobleza está en el aire, no solo en el ADN.

Los que quieran cambiar de aires pueden viajar a Londres y ver el divertidísimo musical Mujeres al borde de un ataque de nervios, basado en la película de Pedro Almodóvar. Ese es el estado actual de Tania Sánchez, que protagoniza un musical montado por sus familiares y compañeros de Izquierda Unida. “Me siento un poco Chekov”, bromeó el propio Almodóvar antes del estreno. “Es la manera de asumir que te has vuelto un clásico”, agregó mientras en el foyer los invitados españoles descubríamos cómo es un estreno teatral en Londres. Pocos nervios, mucho champagne y escasa presencia de familiares de los actores. Los críticos por un lado, los productores por otro y de repente, Twiggy, la mítica modelo delgadita de los sesenta, abrazando a Pedro como si fueran hermanos ilegítimos reencontrados. Graham Norton, el célebre presentador de la BBC, observando ese saludo para comentarlo en su programa. En el escenario, el musical funciona sin ser del todo fiel a la película pero rescata ese espíritu alocado y provocador de los ochenta. Las actrices están estupendas y entre las canciones hay un hit, Invisible, que despierta bravos entre la audiencia. En la fiesta posterior, en un elegante club frente al río, Almodóvar le advirtió a Rosario Flores que el inglés de la función “es que te cagas y a ritmo de metralleta. Pero transmite lo mismo que en la película. El amor es supervivencia en un mundo animal”. La inmensa biblioteca que nos acogía estaba decorada por cientos de anaqueles llenos de libros falsos. Un decorado extraordinario para una fiesta teatral y quizás también para esa sala de juzgados donde podrían cruzarse la supuesta hija demandante del Rey emérito y la hermana demandada del Rey reinante.

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