El abecedario del periodista (I)
Ver lo que el ojo previsor no podía ver es la esencia profunda de nuestra empresa, oficio y profesión
Cuando el periodista domina el oficio ya es un profesional. Le quedan cotas que conquistar, pero quien domina las artes supuestamente menores del trabajo informativo, ya tiene mucho ganado. Y dentro del periodismo informativo —sin tener en cuenta aquí los artículos de opinión— se da toda una serie de constantes que no solo hay que conocer sino genetizar, incorporarlas al ADN personal para funcionar profesionalmente. En esta primera entrega (de dos) intentaré ponerme en la piel del periodista que se enfrenta a la tarea, preferentemente crónica o reportaje: el tiempo anterior a la faena.
Lo primero que tiene que hacer el profesional es, huelga decirlo, documentarse, pero no solo eso, sino formarse una composición lo más clara posible de lo que va a encontrar, hilvanar cómo va a hacer la información antes de que esta se produzca, llegar, por tanto, con un esquema de texto en la cabeza. Pero, mucho más importante aún, es comprender una vez que se dé bruces con la realidad que esta es infinitamente más rica que todo lo que haya podido prever. El periodista, primero, ha de saber, y segundo comprobar que no sabía. Y esto vale para todo, reportaje de las cosas como son, crónica más distanciada de las naturalezas muertas, como son ruedas de prensa, juicios, conferencias, todo aquello que tiene un guion preestablecido, y también de la entrevista, ya tratada en esta serie, como subgénero del reportaje.
Esa comprobación de que todo lo preparado no es que no sirva —sirve de mucho porque sin un esquema previo reaccionar sobre la marcha me parece mucho más difícil— debe ser en la mayoría de los casos urgentemente modificado. El periodista, en una palabra, una declaración, casi un gesto descubre que el enfoque de la información es o puede ser otro. Pensemos que de cualquier objeto informativo se pueden hacer media docena (y digo un número al azar) de interpretaciones verosímilmente diferentes, y alguna más que de ninguna manera estaba prevista. El momento en que uno descubre o cree descubrir el mejor de esa multiplicidad de enfoques es decisivo. Se parece a algo ya dicho en esta serie, como que cuando el entrevistador sonríe, puede ser porque ha oído al entrevistado enunciar el titular.
El periodista, primero, ha de saber, y segundo comprobar que no sabía
De Napoleón dicen historiadores que más que un estratega era un táctico excepcional. El estratega gana guerras, el táctico, batallas, igual que el periódico combate en una guerra y el periodista libra batallas. Y el Corso, cuentan que después de haberse informado todo lo exhaustivamente que le fuera posible sobre el enemigo, llegaba al campo de batalla, recorría la línea, tomaba nota de todo lo que le pareciera relevante, propio y ajeno, y súbitamente decía por allí, señalando un punto en la formación del adversario, que era por donde había que atacar. Si la línea del enemigo cedía por allí, la batalla estaba ganada. Esa es la operación del periodista, descubrir en un instante perfecto a partir de qué acontecimiento, observación, guiño o reflexión debe ordenarse el trabajo.
Me apresuraré a reconocer que no es imposible que el informador vea confirmadas sus previsiones, pero también me atrevería a afirmar que si eso le ocurre muy a menudo será porque sus visitas a la realidad hayan sido de escasa entidad, sin interrogantes que desvelar, hasta perezosas por incapaces de llevar a cabo ese volte-face. Cuando Maruja Torres publicó en este periódico su excepcional reportaje (virtual o reconstruido sobre testimonios de actores presenciales) sobre las torturas en la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires, durante la dictadura militar argentina (1976-82), llevaba un plan en la cabeza; tenía tanto una teoría como una aprensión de lo que iba a hallar, pero la durísima realidad seguro que dictó a medida que avanzaba su investigación el rumbo definitivo que adoptaría su trabajo. Lo que está previsto hasta el último detalle —y es bueno que obremos así—, corre el riesgo de quedar muy por debajo del enfoque que deberíamos explotar.
Todo lo dicho hasta aquí presenta, sin duda, serias limitaciones. Existe lo que yo llamo el blanco móvil, que trataré más extensamente en un futuro artículo, aquello que no tiene ocasión, horario, ni calendario —como la letra de un bolero—, lo que surge de la imprevisibilidad natural de las cosas, y contra lo que difícilmente podemos construir un aparato interpretativo, pero, precisamente, haber previsto, equivocándonos, todo lo previsible, es el mejor adiestramiento para que trabajemos in promptu para sacarle todo el partido posible al blanco móvil.
El periodista, en resumen, tiene un plan, pero está siempre tanteando, buscando bastante a ciegas, lo que constituirá a su entender la mejor representación de una persona o un sucedido. Hay una expresión en inglés que me parece perfecta para definir esa búsqueda: There is more than meets the eye (Hay más de lo que el ojo puede captar). Ver lo que el ojo previsor no podía ver es la esencia profunda de nuestra empresa, oficio y profesión.
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