Pies de titanio para dejar atrás la guerra
Médicos europeos y organizaciones no lucrativas operan y ayudan a las personas que han sufrido severas heridas de guerra en el conflicto en el Este del país
Sergey Romanosvky está nervioso. Habla con su mujer quien trata de reconfortarlo y calmarlo. Hoy es uno de esos momentos que recordará a lo largo de toda su vida. Como el día del nacimiento de su hijo, hace ahora siete meses. Sergey tiene 24 años, y presume de ser el capitán más joven del ejército ucraniano. Se rasca compulsivamente el muñón de su pierna. Ha sufrido hasta una veintena de operaciones, pero ninguna ha logrado borrarle la sonrisa, ni quitarle su buen humor. “Pensé que la vida se había acabado para mí. Los psicólogos me ayudaron muchísimo para que, poco a poco, pudiese ver la luz al final del túnel”. Y esa luz comienza hoy a brillar con más fuerza.
Sergey se vuelve a alzar sobre sus piernas. Alexander Stetsenko, director de la clínica de prótesis GmbH de Kiev, ayuda al muchacho para que no de desequilibre. Sergey suspira y sus ojos refulgen debido a las lágrimas que empiezan a brotar de ellos. Comienza dar sus primeros pasos ayudado por una vieja muleta. “Veía este momento tan... tan lejano”, confiesa el joven. Recorre el pasillo de un lado a otro. Al principio, titubeante. Luego, seguro de sí mismo. “Ahora nadie me va a poder parar. Me voy a preparar para los Juegos Olímpicos de Río”, dice entre risas.
“En Ucrania nadie podía comprar prótesis de calidad porque los salarios son irrisorios. Nosotros fabricábamos prótesis de plástico o de madera que es lo que se puede permitir la mayoría de la gente. Hay quienes ni eso pueden pagar y jamás volverán a caminar porque, hasta este momento, nadie se ha preocupado del bienestar de los amputados de la guerra librada en Ucrania”, denuncia su ortopeda.
El centro de rehabilitación se encuentra en un antiguo balneario a las afueras de Kiev. Dos piscinas. Sauna. Masajistas profesionales. Enfermeros. Salas de musculación. Alexander Kikiv toma un baño. Brazos extendidos, piernas parcialmente sumergidas. El agua no oculta sus heridas y cicatrices. Un proyectil de mortero cambió la vida de este hombre de 33 años. Se resiste a que le amputen la pierna derecha en la que le han intervenido ya hasta veinte veces; la izquierda se la cortaron a la altura de la rodilla y su mano izquierda presenta graves quemaduras y laceraciones. "Soy afortunado porque sigo con vida, otras dos personas no pueden decir lo mismo”, comenta mientras se seca el muñón de su pierna con una toalla.
En Ucrania nadie podía comprar prótesis de calidad porque los salarios son irrisorios
“Cuando me ponía mi uniforme con las medallas, la gente se acercaba, me daba la mano y me decían lo orgullosos que se sentían de mí… Sin uniforme, sus miradas cambian. Me dan de lado o me miran con lástima. Yo no quiero lástima, sólo quiero que a los amputados se nos ayude y no se nos arrincone como si fuéramos muebles”, se queja este veterano de guerra que, al despertarse en la cama del hospital militar tuvo que empezar a combatir la indiferencia social y la falta de solidaridad con los heridos en el frente de combate.
Ucrania no estaba preparada para acoger a la avalancha de amputados provenientes de la guerra que se libra en el este del país. Ante la desidia de las administraciones y la no implicación del gobierno, Alexander Kikiv optó por atender él mismo a los lisiados. “Decidí fundar una organización que diera cobijo a todas esas personas que se encontraban en la situación de desamparo en que yo me encontré cuando desperté en la cama del hospital”, se sincera. Fue llamando puerta por puerta hasta reunir el dinero suficiente para la restauración del edificio. A pesar de las magnificas instalaciones, aún le queda un último paso. “Queremos rehabilitar las habitaciones para que los pacientes se puedan quedar a dormir. La mayoría de los amputados son de fuera de Kiev y no tienen capacidad económica para pagarse un alojamiento mientras dura su rehabilitación; muchos se marchan a sus ciudades de origen donde jamás recibirán atención alguna y eso no puede ser”, lamenta.
Cirujanos extranjeros
Werner Girsch se prepara para entrar en quirófano. “Los doctores ucranianos están haciendo un trabajo excelente. Llevan sin un día de descanso desde mayo. Sin equipamiento. Con escasez de todo menos de heridos. Desde Occidente debemos ayudarlos porque están exhaustos”, comenta este doctor austriaco, una eminencia en cirugía plástica del hospital de Viena, que ha viajado miles de kilómetros conmovido por las historias que le transmitían sus dos ayudantes. “Ellas son de Ucrania y me contaban lo que estaba ocurriendo en su país, que los doctores estaban al límite y yo no podía dar crédito, hasta que lo he visto con mis propios ojos”, relata el doctor, que estará dos días en Kiev donde realizará tres intervenciones quirúrgicas con el fin de instruir a sus compañeros ucranianos.
“El problema de las heridas de guerra es que las operaciones son extremadamente complicadas. La metralla destroza músculos, arterías, huesos, nervios... Y aquí no están preparados para este tipo de intervenciones porque los instrumentos de los que disponen están obsoletos y son los que usábamos en Europa hace 30 años”, denuncia el cirujano.
Un agudo pitido chirría en la habitación. Las constantes vitales de Vassily son normales. El hombre está sedado e intubado en la mesa de operaciones. A su lado, el doctor Werner Girsch examina la pierna y la mano heridas. Tratará de salvárselas. Será una operación larga de, al menos, cinco horas. “Escogí a este paciente debido a su extrema gravedad y porque se trata de una operación múltiple que requerirá cirugía de microinjertos y de reconstrucción parcial de la mano”, explica.
Todas las personas merecen una nueva oportunidad Doctor Jacob Boeader, ortopeda británico
Girsch incide una y otra vez en la idea de que los médicos ucranianos están capacitados para salvar la vida de los pacientes y poco más. “Bastante hacen con los medios de que disponen, pero desde Occidente deberían venir más cirujanos para ayudarles y enseñarles nuevas técnicas”, reclama.
Volver a caminar
Nazar Barylko tiene 27 años y lleva 29 operaciones en su pierna izquierda. Tres balazos le seccionaron varias arterias. El joven estira el cuello tratando de salvar las cabezas de la gente que está sentada delante de él. A su lado, su madre, María, se aferra a su mano. Los dos han acudido a una charla impartida por el doctor Jacob Boeader. El afamado ortopeda británico ha viajado hasta Kiev con su fundación para ayudar a los mutilados de la guerra. “La vida os ha dado una segunda oportunidad y ahora yo os daré la oportunidad de volver a caminar con la última generación de prótesis”, afirma Boeader. Un murmullo recorre la sala. Las puertas se abren de par en par y entra caminando un joven. Todos los ojos se centran en él y en la prótesis de su pierna. “Se acabaron esas prótesis de madera o de plástico que habéis estado usando hasta hoy”, asegura.
María aprieta tan fuerte la mano de su hijo Nazar que esta comienza a ponerse roja. “Volverás a ser una persona normal”. “Mamá, ya soy normal”, le recrimina el hijo. “Un pedazo de metal o de plástico no te convierte en una persona normal o diferente. La vida no se detiene por perder una pierna. Hay que seguir viviendo y disfrutando de la vida”, relata el joven. Por las noches usa calmantes para conciliar el sueño. “El dolor, a veces, es insoportable”, reconoce. Acaba de comenzar sus ejercicios de rehabilitación, el paso previo a ponerse la prótesis y poder caminar. Tiene intención de continuar sus estudios de Derecho y desea encontrar una novia con la que casarse y formar una familia.
“Hemos trabajado en India, en Afganistán y en Camboya donde los amputados se cuentan por cientos de miles. Creo que era momento de ayudar a los amputados de Ucrania. Estas prótesis son de titanio, cuestan muchísimo dinero y no están al alcance de todo el mundo. Yo lo único que hago es ponerlas a su disposición porque todas las personas merecen una nueva oportunidad”, afirma el mecenas británico.
“Nazar no recibe más que una pequeña pensión del ejército que apenas le da para vivir. El doctor Jacob le regalará una de esas prótesis para que pueda volver a caminar”, se sincera María mientras contempla, desde la distancia, cómo su único hijo se acerca al doctor Jacob Boeader. Le estrecha la mano y le da las gracias. “Estoy deseando dejar las muletas”, afirma este amante del fútbol de envidiable sentido del humor. “Sé que volveré a marcar goles e incluso puede que me fiche el Dinamo de Kiev”, bromea con una enorme sonrisa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.