El Otro soy Yo
Las muestras de racismo alemán se unen a las de xenofobia francesa: la UE tiene que ser rotunda
Las manifestaciones xenófobas del movimiento antiislamista alemán y la ultraderechista Alternativa para Alemania vienen a equiparar a la República Federal con Francia en la fragua de un deleznable extremismo basado en un ataque casi único a la inmigración. La relevancia de los dos países afectados hace que este problema no sea únicamente un asunto nacional, sino plena y dolorosamente europeo.
Editoriales anteriores
Contra las apariencias, el renacimiento de la xenofobia antiinmigración es un elemento crucial de la crisis. En efecto, no afecta solo a algunos países deudores periféricos —en los que las capas sociales más desfavorecidas pudieran imaginar que su peor suerte se relaciona con la competencia de los recién llegados—, sino también a Estados centrales de la Unión, donde la Gran Recesión fue más corta y de menor empaque económico. Pero esta crisis se caracteriza precisamente por su recidivancia y por sus múltiples efectos, no solo económicos, sino también sociales y políticos.
Por eso no hay que entregarse a la mínima autocomplacencia cuando sus dientes de sierra marcan cierta reactivación, ni hay que conceder a los movimientos reaccionarios reactivos la menor benevolencia, tolerancia o comprensión. Al contrario. Si la violencia extremista siempre empieza en el racismo, éste es resultado directo de la xenofobia, y ambos del miedo o el odio endogámicos —o protonacionalistas— al Otro, se precisa una labor política intensa, perseverante e implacable a nivel europeo, para demostrar que el Otro soy Yo, somos todos nosotros.
Se precisa una labor pedagógica sobre la necesidad de la inmigración, dados el envejecimiento de nuestras sociedades y su escasa fertilidad. Y una continua explicación sobre su rentabilidad —ya científicamente demostrada—, al ser mayores sus beneficios económicos que sus costes.
Se precisa una actuación coordinada y contundente contra los flujos poblacionales ilegales alentados por las mafias, combinada con la promoción ordenada y sin complejos de la inmigración legal. Y se precisa una actuación enérgica, también coordinada entre los socios de la UE, contra los movimientos racistas: criminalmente, cuando se pueda; políticamente, siempre.
O la Unión sabe disolver estos movimientos disgregadores o estos acabarán disolviéndola a ella. No podemos dejar a Alemania, o a Francia, o a Grecia, solas contra los enemigos de todos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.